Leonor García Hernando fue una poeta tucumana. Formó parte de la redacción de la revista literaria Mascaró, espacio poético vinculado a la reflexión política y social. Gran recitadora de su poesía, publicó varios libros que nos muestra desde su visión una parte importante de la historia y cultura de nuestro país, dio testimonio de una juventud atravesada por la dictadura.
Todo es desorden.
No pidas otro lugar que aquel espacio de cardúmenes.
No devores otro pan, otro licor de sueño.
No pidas otro rencor que esta mesa que tanto has
codiciado.
Yo no soy tu pesadilla y no puedo consolar el cansancio
de los materiales.
¿Para qué deseas tu pequeña maceta con tulipanes
misteriosos?
¿y las alfombras de pesada lana donde los pies se deslizan
como algas en la oscuridad del mar para qué?
Yo soy la que te dice que tu suerte es poca cosa. Sólo la
trivialidad de tus cabellos cepillados para que brillen hoy
en la tormenta.
estúpida noche estúpida en todas sus ventanas sus
bancos de cemento en parques vacíos. Llueve con
agitación
no hay horror si uno respira con suavidad sobre los
vidrios. El paisaje se empaña. Regresan las hojas del nogal
apretadas por el remolino
y este rincón, esta mesa de estuque rojo, parecen ser
pasión de muchachas advenedizas. Las invitaría a
retirarse si la calle no fuese tan brutal; pero estos pasajes
+que perfuma la mandrágora no abrigarían a unas mu-
chachas que se alejan con perlas en las orejas.
No soy tu araña de gruesas patas angulares. No soy tu
destino errado.
Responde al terror con otro veneno en los labios.
Cuando miras a tu padre romper botellas contra el marco
de la puerta cuando tu madre se mueve con un
arrastrar de toallas en el pasillo y los niños están con sus
opacas cabezas cubiertas por una sábana de lino. Si tu
hermana clava su mano con el huso de vidrio y la belleza
la duerme agotada
y la enfermedad palpita en esos dormitorios donde no
quieres entrar porque ahí es pobre tu cuerpo, porque allí
tus uñas crecen curvas y los muebles tienen esa suavidad
inconclusa de la demencia.
No creas que mi rostro de barco es para esos corales.
No soy tu naufragio. No soy el fuego que mentía un
faro en la playa de piedra.
La tormenta es inmensa sobre los autos estacionados en
la avenida. Esa es la verdad: no queremos mojarnos
se desbordan las alcantarillas, se deshacen los papeles
arrojados por el paseante con dedos idiotas y una pasta
hecha de sucios fragmentos, del reflejo de difíciles ojos
impregnados; va cubriendo el asfalto de desviaciones.
Sollozar no sería dramático es tan escasa esta noche,
tan ingratos sus mástiles banderas de cenizas sobre
nuestros hombros desnudos las nubes se mueven
estremecidas y pequeñas, frías luces disminuyen en
sombra
y ustedes cuentan el gemido de la madre en el dormitorio
de paredes bloqueadas. Ustedes, que han visto al padre
golpear a la madre como un paisaje de campo desde la
ventanilla del tren.
Ustedes que no han nacido y están rotas como los
pequeños huevos de codorniz hurgados por la comadreja.
Yo no soy nada de esa corteza amarga que empujarán
contra los dientes, invierno comido por invierno. Sube los
peldaños de la escalera y mira
yo no soy tu destino. Sólo soy la que lleva la vela en la
mano e ilumina el descampado.
Además están los sencillos manteles las hamacas donde
el sol ilumina tu cuerpo temeroso el amante que te
obsequia un collar de perlas y al inclinar la cabeza,
escuchas el sonido del broche cerrándose
los cuchillos que brillan sobre la mesa de la cocina, o el
ruido de la loza en la pileta, serán todo el placer.
No soy tu destino. Siempre es amargo el deseo entre
objetos olvidados. Soy la que atraviesa la escena con su
candelabro de hierro
soy la que atraviesa descalza el monte fúnebre donde
brillan los dientes de jabalí.
No pidas otro lugar que aquel espacio de cardúmenes.
No devores otro pan, otro licor de sueño.
No pidas otro rencor que esta mesa que tanto has
codiciado.
Yo no soy tu pesadilla y no puedo consolar el cansancio
de los materiales.
¿Para qué deseas tu pequeña maceta con tulipanes
misteriosos?
¿y las alfombras de pesada lana donde los pies se deslizan
como algas en la oscuridad del mar para qué?
Yo soy la que te dice que tu suerte es poca cosa. Sólo la
trivialidad de tus cabellos cepillados para que brillen hoy
en la tormenta.
estúpida noche estúpida en todas sus ventanas sus
bancos de cemento en parques vacíos. Llueve con
agitación
no hay horror si uno respira con suavidad sobre los
vidrios. El paisaje se empaña. Regresan las hojas del nogal
apretadas por el remolino
y este rincón, esta mesa de estuque rojo, parecen ser
pasión de muchachas advenedizas. Las invitaría a
retirarse si la calle no fuese tan brutal; pero estos pasajes
+que perfuma la mandrágora no abrigarían a unas mu-
chachas que se alejan con perlas en las orejas.
No soy tu araña de gruesas patas angulares. No soy tu
destino errado.
Responde al terror con otro veneno en los labios.
Cuando miras a tu padre romper botellas contra el marco
de la puerta cuando tu madre se mueve con un
arrastrar de toallas en el pasillo y los niños están con sus
opacas cabezas cubiertas por una sábana de lino. Si tu
hermana clava su mano con el huso de vidrio y la belleza
la duerme agotada
y la enfermedad palpita en esos dormitorios donde no
quieres entrar porque ahí es pobre tu cuerpo, porque allí
tus uñas crecen curvas y los muebles tienen esa suavidad
inconclusa de la demencia.
No creas que mi rostro de barco es para esos corales.
No soy tu naufragio. No soy el fuego que mentía un
faro en la playa de piedra.
La tormenta es inmensa sobre los autos estacionados en
la avenida. Esa es la verdad: no queremos mojarnos
se desbordan las alcantarillas, se deshacen los papeles
arrojados por el paseante con dedos idiotas y una pasta
hecha de sucios fragmentos, del reflejo de difíciles ojos
impregnados; va cubriendo el asfalto de desviaciones.
Sollozar no sería dramático es tan escasa esta noche,
tan ingratos sus mástiles banderas de cenizas sobre
nuestros hombros desnudos las nubes se mueven
estremecidas y pequeñas, frías luces disminuyen en
sombra
y ustedes cuentan el gemido de la madre en el dormitorio
de paredes bloqueadas. Ustedes, que han visto al padre
golpear a la madre como un paisaje de campo desde la
ventanilla del tren.
Ustedes que no han nacido y están rotas como los
pequeños huevos de codorniz hurgados por la comadreja.
Yo no soy nada de esa corteza amarga que empujarán
contra los dientes, invierno comido por invierno. Sube los
peldaños de la escalera y mira
yo no soy tu destino. Sólo soy la que lleva la vela en la
mano e ilumina el descampado.
Además están los sencillos manteles las hamacas donde
el sol ilumina tu cuerpo temeroso el amante que te
obsequia un collar de perlas y al inclinar la cabeza,
escuchas el sonido del broche cerrándose
los cuchillos que brillan sobre la mesa de la cocina, o el
ruido de la loza en la pileta, serán todo el placer.
No soy tu destino. Siempre es amargo el deseo entre
objetos olvidados. Soy la que atraviesa la escena con su
candelabro de hierro
soy la que atraviesa descalza el monte fúnebre donde
brillan los dientes de jabalí.
*
el devoto paso de los animales a las
aguas.
En plástica humillación, ese recorrido elude todo infierno.
Ellos están mansos en su olfato. Conocen su deseo como
nosotros las marcas de la frente
una tensión de bestias en el polvo
y las lenguas pesadas, entregadas al paisaje que aguarda.
La huérfana soy yo sin mandato que
termine con la sed
soy la que está en el fuego de la estampida.
quizás en mi monedero sostenga,
remota, un arma pequeña, de dama, adornada con
incrustaciones de nácar
un instrumento cursi para matar.
aguas.
En plástica humillación, ese recorrido elude todo infierno.
Ellos están mansos en su olfato. Conocen su deseo como
nosotros las marcas de la frente
una tensión de bestias en el polvo
y las lenguas pesadas, entregadas al paisaje que aguarda.
La huérfana soy yo sin mandato que
termine con la sed
soy la que está en el fuego de la estampida.
quizás en mi monedero sostenga,
remota, un arma pequeña, de dama, adornada con
incrustaciones de nácar
un instrumento cursi para matar.
*
Y después ese tiempo...
y después ese tiempo de convalecencia
el pabellón con una suave fila de camas de hierro frente a
largos ventanales
ir hasta los vidrios con un rengueante
camisón de franela cubriendo el deterioro.
el campo es una helada curva hacia la ruta, el plateado
sonido de los álamos, portones movibles que separan
camiones tapados con lona, cortezas empalidecidas por la
cal, las líneas de alambre manchadas de ligustro
paisaje blanco espuma de la peste
el cartel de chapa se agita en la intemperie, como la
bandera de una patria se desparrama para cubrir el
cuerpo de los tullidos
un amargo olor quemado desprende la
estufa con velas de loza entristecidas por el humo
las sábanas se desparraman en los mosaicos
sin orden. El ventanal dilata un páramo de arcilla
empapada. Dibujos de agua adornan la tierra fría
ventanal de La Matanza
tengo mi zapato en la mano
de cordones apretando el cuero, de alta suela negra:
un zapato de invierno.
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