Chimamanda Ngozi Adichie es una escritora, novelista, y gramaturga feminista nigeriana. Estudió Comunicación y Ciencias Políticas en la Universidad de Drexel, en Filadelfia. Continuó sus estudios en la Universidad Estatal del Este de Connecticut y se graduó en 2001. Cursó escritura creativa en Baltimore y obtuvo un master de estudios africanos en Yale. Publicó varias novelas, poemas, cuentos y ensayos. Su obra habla sobre género, raza, racismo, inmigración en Estados Unidos y los problemas de identidad en contextos de desarraigo.
Su fama se debe a dos populares charlas de TED El peligro de una buena historia (2009) en la que alerta sobre los estereotipos y Todos deberíamos ser feministas (2012) en la que habla de feminismo y discriminación sexual.
Pone de manifiesto la necesidad de usar referentes africanos en la obra que sale del continente, para evitar que las historias solo tengan elementos occidentales.
Todos deberíamos ser feministas (fragmento)
Libro completo Aquí
Okoloma era uno de mis mejores amigos de infancia. Vivía en mi calle y me cuidaba
como si fuera mi hermano mayor: si a mí me gustaba un chico, yo le pedía opinión a
Okoloma. Okoloma era gracioso e inteligente y llevaba botas de vaquero con las
punteras picudas. En diciembre de 2005, Okoloma murió en un accidente de aviación
en el sur de Nigeria. Todavía me cuesta expresar cómo me sentí. Okoloma era una
persona con la que yo podía discutir, reírme y hablar de verdad. También fue la
primera persona que me llamó “feminista”.
Yo tenía unos 14 años. Estábamos en su casa, discutiendo, los dos atiborrados del
conocimiento a medio diferir de los libros que habíamos leído. No me acuerdo de qué
estábamos debatiendo en concreto. Pero me acuerdo de que, en medio de toda mi
diatriba, Okoloma me miró y me dijo:
- ¿Sabes que eres una feminista?
No era un cumplido. Me di cuenta por el tono en que lo dijo, el mismo tono con que
alguien te podía decir: “Tú apoyas el terrorismo”.
Yo no sabía qué quería decir exactamente aquello de “feminista”. Pero no quería que
Okoloma se diera cuenta de que no lo sabía. Así que lo pasé por alto y seguí
discutiendo. Lo primero que pensaba hacer nada más llegar a casa era buscar la
palabra en el diccionario.
Ahora demos un salto de varios años.
En 2003 escribí una novela titulada La flor púrpura, sobre un hombre que, entre otras
cosas, pega a su mujer, y cuya historia no termina demasiado bien. Mientras estaba
promocionando la novela en Nigeria, un periodista, un hombre amable y
bienintencionado, me dijo que quería darme un consejo. (Los nigerianos, como quizás
sepan, siempre están dispuestos a dar consejos no solicitados.)
Me comentó entonces que la gente decía que mi novela era feminista, y que el consejo
que me daba – y me lo dijo negando tristemente con la cabeza- era que no presentara
nunca como feminista, porque las feministas son mujeres infelices porque no pueden
encontrar marido.
Así que decidí presentarme como “feminista feliz”.
Por aquella época una académica, una mujer nigeriana, me dijo que el feminismo no
era nuestra cultura, que el feminismo era antiafricano, y que yo solo me consideraba
feminista porque estaba influida por los libros occidentales. (Lo cual me pareció
divertido porque gran parte de mis lecturas de juventud eran decididamente
antifeministas: antes delos dieciséis años debí de leer todas las novelas románticas de
Mills & Boon que se habían publicado. Y cada vez que intentaba leer los que se
consideraban “textos clásicos del feminismo” me aburría y me costaba horrores
terminarlos.)
En cualquier caso, como el feminismo era antiafricano, decidí que empezaría a
presentarme como “feminista feliz africana”. Luego una amiga íntima me dijo que
presentarme como feminista significaba que odiaba a los hombres. Así que decidí que
iba a ser una “feminista feliz africana que no odia a los hombres”. En un momento
dado llegué incluso a ser una “feminista feliz africana que no odia a los hombres y a
quien le gusta llevar pintalabios y tacones altos para sí misma y no para los hombres”.
Por supuesto, gran parte de todo esto era irónico, pero lo que demuestra es que la
palabra “feminista” está sobrecargada de connotaciones, connotaciones negativas.
Odias a los hombres, odias los sujetadores, odias la cultura africana, crees que las
mujeres deberían mandar siempre, no llevas maquillaje, no te depilas, siempre estás
enfadada, no tienes sentido del humor y no usas desodorante.
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