lunes, 5 de junio de 2017

La máquina de proyectar sueños / Cecilia Szperling

(fragmento)   

NOCHE 1

   Tengo siete años. Todavía conservo los miedos, las fantasías y las pesadillas de una niña de cuatro o cinco. Deambulo sola por la casa en la noche. Todos duermen. Y yo quedo ahí, con este camisón rosa un poco quemado por un experimento fallido con mi juego de química. Culpa de la Mayor que me encargó la confección urgente de un veneno, para una amiga que la traicionó y decepcionó como nunca lo hubiera imaginado. Traté de lograr mi mejor mezcla esta vez. La lava alquímica color verde turquesa tornasolado combustionó y saltó una llama que tomó el borde de la manga de mi camisón. Padre rápidamente la apagó.¿Qué hizo padre con ese fuego? ¿se lo comió como un lanzallamas? Tan veloz fue su maniobra que si no fuera por el pequeño rasgo negro en el puño rosa, una pequeña marca en mi camisón preferido, hubiera pensado que aluciné. Que mis ojos y oídos cansados de tantas noches en vela, arrebatados, inventaron esa ráfaga eléctrica de fuego quemante y enceguecedor. Padre y yo nos miramos con ojos aturdidos -aún encandilados por el estallido de luz repentina- y la mirada reluciente, con ese brillo especial que deja una descarga súbita de adrenalina.
   Sin acomodar el azufre turquesa, ni esos polvitos transparentes que forman pequeños cristales, sin guardar los tubos de ensayo y las pipetas de vidrio de formas alucinadas que Madre me regaló y que eran reliquiasde su laboratorio, Padre me levantó y me subió  por las escaleras en sus brazos dejando todos mis tesoros a la intemperie. Me acostó en mi cama junto a las de mis hermanas. En ese cuarto que era el que nos correspondía de acuerdo a nuestra edad. Las tres juntas en la habitación lindera a la de ello. Nuestros sueños podrían juntarse a la noche, me gustaba pensar.


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