martes, 21 de marzo de 2017

Todos deberíamos ser feministas

La restricción de la sexualidad junto con el matrimonio heterosexual y la maternidad como formas de control sobre la fuerza de trabajo femenina descansan en la familia y en todas las instituciones y construcciones socio-culturales de este orden social, ideológico y político en el que vivimos inmersos, que a través de las leyes y la economía institucionalizan la dominación de los hombres sobres las mujeres.
Lo masculino se asocia a la pulsión, a la fuerza, al deseo incontrolable por naturaleza. Se les enseña a los hombres a reprimir emociones, ocultar su debilidad, delicadeza, ternura, vulnerabilidad. Porque llorar es de nenas o de putos, como sentir, hablar, cuidar a los hijxs y tantas otras acciones relacionadas con el afecto, el cuidado y el respeto. A las mujeres, en cambio, (de la mano del amor romántico) se nos enseña a pensar que es muy importante gustarle a los demás. Pero ese “gustar” implica algo muy concreto y ese algo concreto deja afuera el hecho de mostrar rabia, enojo, ser agresiva, ruda, vulgar o manifestar desacuerdo en forma contundente; cosas que se elogian o justifican si sos hombre. Nos crían para esperar tan poco de ustedes que la idea de que puedan ser salvajes y no tengan autocontrol para muchas personas resulta aceptable. Nos enseñan que no podemos ser seres sexuales de la misma forma que los varones, somos condenadas por gestionar nuestros deseos y pulsiones. Nos enseñan a tener vergüenza -“cerrá las piernas”, “tapate”- y nos hacen sentir que somos culpables por el hecho de haber nacido mujeres. Somos putas si queremos y si no queremos también o frígidas o madres abnegadas en su defecto. Se espera de nosotras delicadeza, ternura, sensualidad e instinto maternal, todo en su justa medida y en contraposición con lo masculino, se espera de nosotras que seamos dóciles y serviciales, que nos hagamos cargo de las tareas domésticas y de la educación de lxs hijxs. También es un hecho que ganamos menos que los hombres, ocupamos puestos subalternos y que somos cosificadas, maltratadas, abusadas, violadas, silenciadas, demonizadas y criminalizadas. Estamos vigiladas por el discurso corriente, por los hombres que dicen qué es bueno o malo para nosotras, por otras mujeres. Nos vigilan a través de la familia, los medios de comunicación con sus publicidades rosas y degradantes, con sus propagandas pro-maternidad y sus encubiertas campañas anti-aborto. Las sociedades, las religiones, el mercado nos imponen estéticas específicas, modificaciones corporales y demás pruebas de sumisión. Nuestros cuerpos nunca están a salvo. Somos el sexo del miedo y la humillación, que sufre una opresión específica y tolera una violencia inaudita e inhumana.
Es el matrimonio y el trabajo doméstico gratuito de las mujeres lo que nos hace compartir una posición común de clase social de género. Estamos expuestas a diferentes tipos de opresión, algunos comunes a todas y otras no. Estas construcciones  impuestas  postulan como base de opresión el control y la apropiación de la capacidad reproductiva de la mujer y refuerzan los estereotipos heteronormativos sobre masculinidad y feminidad ¡que son una trampa! Porque lo único que hacen es amoldar y limitar nuestro pensamiento y replicar la sujeción de las mujeres al padre, al marido y a los hombres en general, impidiendo nuestra constitución como sujetos políticos.
El machismo se apoya en la discriminación basada en la creencia de que por naturaleza los hombres son superiores a las mujeres. Por eso la violación, que es propia del hombre, es su programa político: la representación cruel y directa del ejercicio del poder: el goce de la brutalidad que se impone y anula al otrx. Sobre la exclusión de nuestros cuerpos se construyen las virilidades pero sepan que el mensaje es político, la ventaja de ustedes sobre nosotras tiene un costo: porque la confiscación del cuerpo de la mujer sucede al mismo tiempo que la confiscación del cuerpo de los hombres.
El feminismo, en cambio, es una visión distinta del mundo, una aventura colectiva para mujeres, hombres, bisexuales, travestis, transexuales y demás géneros, porque al final como dice Despentes “...las mujeres son chabones como cualquier otro y los hombres son putas y madres, todos en la misma confusión.” Contamos con la suerte de ser diferentes y elegir quién queremos ser. Hablemos. Preguntémonos. Desarmemos lo establecido y reproduzcamos patrones sanos que cuiden y no lastimen ni vulneren al otrx.


Abbey

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