En el tumulto inmenso de la gente que circula alrededor de todo con sus energías y sus voces, me diluyo, despacio en un rincón pequeño, invisible, la luz esquiva mi centro y pasa al de al lado. La opacidad se me integra a la piel y ando sin brillo, con el aturdimiento de los demás, con sus sonidos, sus gritos, sus reclamos, con todos sus sus... y me disuelvo entre pedidos ajenos y logros inalcanzables, escenas imposibles y ni un error externo que reclame -y vos, ¿Cómo estás?-
-¿Existo?, ¿cómo saber si estoy? giro la cabeza para ver mis pisadas, en el pavimento no se dejan huellas.
Me hundo en el rincón oscuro, espalda contra la pared y me aíslo, me traga esa esquina opaca que la luz la esquiva.
Caigo en el encierro propio de las paredes, de lugares en penumbras. El ruido se apaga, no hay energías ni voces, ni nada.
La luz se aleja y aparece la oscuridad absoluta, respiro una vez y trato de hacer el menor ruido posible.
Estoy en la nada, todo oscuro sin paredes para arrinconarme y respiro, el zumbido de los oídos es ensordecedor y mi corazón late, late a gritos. Todo mi cuerpo se me revela contra todo y me grita en los oídos, me araña en la nariz, galopa en el pecho, -Estás acá, y hago caso a mi cuerpo y con un susurro estruendoso me digo Estoy acá.
En el tumultuoso mundo de seres humanos, a veces en un rincón donde la luz esquiva mi centro, no me ves, no sabés que existo, pero todo mi cuerpo me grita que estoy acá y respiro y estoy.
Ana Casset
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