miércoles, 30 de mayo de 2018

Marina Mariasch / poesías

Marina Mariasch es una poeta, escritora, crítica, traductora, periodista y docente argentina. Estudió Letras y Sociología de la Cultura. Publicó novelas, cuentos y poesía, así como artículos en diversos medios de crítica cultural de Argentina y otros países. Sus textos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, portugués, finlandés, entre otros idiomas.Como periodista trabajó en gráfica, radio y televisión como investigadora, columnista y conductora. Creó el sello editorial Siesta de poesía, que publicó a los autores más relevantes de la Generación del '90: Gabriela Bejerman, Washington Cucurto, Cecilia Pavón, Martín Rodríguez. Formó parte  del colectivo literario "Máquina de lavar". Es militante y activista de género, diversidad y derechos humanos, es integrante del colectivo de organizadoras de "Ni Una Menos" y miembro del equipo de Latfem noticias.




La pija de Hegel
Respeto a tu novia antes que a vos
Por qué te elige? Por qué te elijo?
Cada vez que me está por venir pienso
en la vez que lo hicimos sin forro
que son todas las veces porque forro
no te gusta y pienso que esta vez…
si quedo me lo quedo si quedo
me lo saco y vos vas a pensar


que soy la hoguera el mal que hago
lo que quiero, cualquier cosa por tener
mi bebé, ser mamá y cumplir el sueño
de escribir poemas de ama de casa
tardía. todo con candado vos, tu barba
me siento débil elemental y no me importa.
caigo dos veces sobre la misma trampa
no me convenís, no me conviene quedarme
en casa mientras vos salís, igual no creas
que no te quiero. dónde están mis estudios
mi carrera de torera inafectable? no soy mejor
desde que te dejé. no es tan fácil
abandonar a las personas. nos reímos
de la religión pero no podemos vivir
sin venerarlos. sos una estrella de rock
sin banda, yo un desbande emocional
que te tira la bombacha, se pierde
en el montón por cualquier cosa
que le des, incluso mala. Vivimos
en pie de guerra.
El dolor del macho se traduce en enojo.
Dice: ¿existís? ¿vos también escribís?
y gana con su nombre,
es feminista explícito y amante de los derechos
de todas y todos y defensor pero el primero
que una vez que coge ya no llama
al macho intelectual no le importa tu familia
se hace el antibortista, le caen mal tus amigas
con sus mil y un novios
se siente incómodo a donde lo llevás
prefiere el terreno seguro de un shopping bien ubicado
donde saca la tarjeta
dejá de preocuparte por las tildes, machito pone
buscás corte carré para dominar
me decís eso te queda mal
no tenés pop
no perdamos el humor
Qué te pasó? no, en serio, qué te dolió tanto
para armarte esa soldadura de libros viejos
y duros para enamorar a una chica y tener amigos
vivimos en una paz armada, listos
para desfundar si hace falta.
Salís a la luz en el cuarto oscuro
hablás fuerte, retumba
Generás tu propio eco
Querés que te griten
sos un ashco te adoro
Te importa permanecer, estar vigente
Las antologías políticas son tu fuerte
Y te las bancan tus *dudes*
Esto es un cuchillo, la paz armada.
Estamos re susceptibles, como siempre
Es más, recién se me acaba de ir.
Todas queremos nuestra parte
del pacto, el toro mecánico.
Vamos al choque, leeme algo tuyo
Antes de dormir, la economía,
quién paga qué?
No te gusta que yo salga en fotos públicas ni que tenga
1000 amigos, siempre una excusa, te excita el agujero
de mi pantalón de entrecasa
lentes de marca, la vaca atada.
No me querés en la vereda opuesta, no te convence
tu independencia sin la estructura, los pilares que pinto
cuando te vengo al pelo,
eso que idealizás en diez años ya no existe,
le veo un aura oscura
Estamos pendientes de nuestros propios
idahos privados, eso que avanza
al bosque de los captchas
nos tenemos bloqueados,
separás las aguas
mi mujer/mis putas, no entendés que somos
todas a la vez las categorías
son anillos de fantasía.

***
Querida Marina

No me gusta el título
ya lo escuché en otro lado.
Parece el título
de una canción de Bon Jovi
solista o de Leonard
Cohen o de ¿Andersen
eran? Los hermanos que
fabulaban. O no,
nada que ver, de Bioy
Cortázar, esos que te hecen amar
a los 18 y después
odiás. La parte afectadita
literario-pop es la que menos
me gusta. Me gusta
la parte industrial, hit trolo
es decir: femenino. ¿Son “las chicas”
las que hacen cortar tanto? No sé
no sé por qué
la insistencia. Cortar versos
¿Cuál es? Me gustaría que un día
me expliques esos cortes. Ni ahí
los entiendo. ¿Por qué
todas las chicas hablan mal
de sus ex-novios? ¿Por qué
qieren tener bebés?
¿Lo de los cuerpos deformados?
Ah, sí. Pero más denotativo que esto
difícil. Gestos punk
como poner música fuerte
para joder al vecino
en la tarde del viernes más cálido del año.
Pero es el movimiento doble del realismo
que amo. Es el ritmo, aquí,
lo que estremece.

***

Soy-ex

Nunca fui sexy
para mi papá:
un gato,
un oso,
un perro,
un león.
¿Me soltás?
¡Destiérrenme!
Ya incendié “cadáveres”,
castigué bebés
y encerré ancianos.
Supe hablar varios idiomas.
Bailar tango, flamenco y folclor
lento
rápido
te tapé en la cama
una noche que hacía calor.
Alguien dice que se comería mi pelo:
-“¡pura proteína!”
Pero: qué pasa-
rá?
Pienso en cruzar
a la terraza de esa vieja
que tiende la ropa al sol.
Pero creo que una piedra es un sapo,
ya estoy de otro color.
Entonces sigo adentro de este jean
donde hasta soy capaz
de abrocharme
los botones de la cream.
Me extraña
producir calor.
Lo extraño-
es algo innato.
Como las manchas
hereditarias
cambian de color.
¿Debería llamarte Canasta?
Cuando dicen no hay
momento mejor para comprar,
¿suponen una recuperación del valor?
Todos los días se cumple el aniversario
de un atentado.
Nunca fui Tweety ni Chilly Willy,
me habría gastado el dedo
en esas esponjitas
para contar dinero.
Se diría que el terror en los animales
es más evidente.
¿Cómo puedo estar llorando en el supermercado?
¡Un exceso de poesía!
Pero hago esfuerzos:
pensar en lo más más feo.
Ya está.





(están desactualizados pero tienen mucho material)






martes, 29 de mayo de 2018

Ilustradas - Camila Vilar

Camila Vilar

Ilustradora  Argentina que ama la naturaleza y se inspira en ella para inyectar vida en sus dibujos. Empezó a dibujar a través de la actuación hace 3 años, cuando tuvo que audicionar para una obra que requería un papel como artista, y en vez de quedarse con el rol se quedó con el lápiz y el papel. Su obra inspirada en la naturaleza con rasgos realistas y luego les aplica técnicas mixtas, creando  paisajes que no siempre existen, o no respetan las escalas o la perspectiva. Me gusta crear historias que sólo existen en la imaginación.
Luego de perfeccionarse en Nueva York volvió a buenos aires y tiene mucho para dibujar.






Más de su trabajo: https://camivili.tumblr.com/

 .

viernes, 25 de mayo de 2018

Mujeres_al_Lente - Elinor Carucci

Elinor Carucci

Fotógrafa Israelí, realizó Nacido en 1971 en Jerusalén, Israel, en 1995 ya graduada en artes y diseño, y con una licenciatura en fotografía, se mudó a Nueva York, donde reside. En un período de tiempo relativamente corto, su trabajo ha sido incluido en una impresionante cantidad de exposiciones individuales y grupales en todo el mundo. entre ellos el MOMA. Con varios reconocimientos, ya ha publicado tres libros.
Su fotografía apegada el universo femenino, con una mirada muy cercana, simple e intima,nos muestra la intimidad de su familia en situaciones cotidianas y espontaneas.
Vida y fotografía están unidas de una manera profunda en su obra, son inseparables. Ahí reside su genialidad como fotógrafa y su capacidad para despertar sentimientos del modo más sencillo.






Màs de su obra: http://www.elinorcarucci.com

miércoles, 23 de mayo de 2018

Nancy A. Collins es una escritora de terror de los Estados Unidos. Más conocida por su serie de novelas de vampiros,  también ha escrito cuentos y para algunos cómics. 


                            


Les compartimos Aphra, un cuento de la autora, contado por Alberto Laiseca.


Aphra

                                       




¡Laiseca not dead!

martes, 22 de mayo de 2018

Ilustradas - Ana Yamila Palatnik

Ana Yamila Palatnik

Ilustradora Argentina, hace todo tipo de ilustraciones  para todos los tipos de mercancías pos modernas. Empezó a ilustrar profesionalmente cuando la revista Playboy la  invitó a ilustrar un relato de ficción de una relación lésbica. Su estilo de técnica mixta, collage con toques surrealista le dan vida a sus personajes, inspirados en el cine y en literatura, le  gustan los diálogos, los extrae, los des-contextualiza y se apropia, tal cual lo hacen los sueños en general.
Con varias publicaciones en su haber los invitamos a que conozcan más de su obra:
http://www.aypalatnik.com/ 






viernes, 18 de mayo de 2018

Mujeres_al_Lente - Cristina De Middel

Cristina de Middel

Fotógrafa documentalista y artista plástica española . Ha trabajado como fotoperiodista para diferentes periódicos españoles y ONGs. 
Middel  combina sus trabajos documentales con otros personales donde cuestiona el lenguaje y la veracidad de la fotografía como documento y juega con reconstrucciones o arquetipos que difuminan la frontera entre la realidad y la ficción.
Con una visión muy propia de la fotografía, su serie Los Afronautas,  critica la estigmatización de Africa por parte de los medios de comunicación, la colocó en la primera línea de la fotografía internacional.
En 2016 pasó a formar parte de la agencia Magnum.
Su trabajo artístico lo ha mostrado en numerosas galerías europeas y latino americanas.









Más de su trabajo: http://www.lademiddel.com/

miércoles, 16 de mayo de 2018

María Sonia Cristoff / Sandra, orangutana

María Sonia Cristoff  es una escritora argentina. Se graduó en Letras en la Universidad de Buenos Aires. Trabajó en una editorial, en una redacción;  tradujo textos y dio clases de inglés y talleres de crónica de viajes, Escribe  en distintos medios y da clases en universidades y escuelas.  Armó una serie de antologías cuyos ejes centrales se vinculan con su propia narrativa. Escribió muchos artículos y cuentos publicados en prensa internacional y volúmenes colectivos.Sus libros han sido traducidos a seis idiomas.



Sandra, orangutana.

Por una mezcla de azar y procrastinación y quién sabe qué otras cosas más, empiezo a escribir este texto en el Día de la Tierra. Así me lo anuncia Google en cuanto prendo la computadora. La coincidencia me parece por lo menos atendible, considerando que, si bien me estoy sentando a escribir lo que acordé, el perfil de una orangutana llamada Sandra que vive en el zoológico de Buenos Aires y que está en el candelero a partir de un fallo judicial muy reciente, todos sabemos que, a esta altura, hablar de zoológicos y de especies más o menos amenazadas remite siempre a hablar de la Tierra, de este planeta que nos conforma y nos sostiene, al menos por el momento. Entonces, hago por primera vez en mi vida un doble clic en las efemérides de Google. No voy a decir que esperaba encontrarme con un manifiesto anarquista que denunciara cuáles son las políticas neoliberales que están destruyendo el planeta, pero al menos sí esperaba alguno de esos mensajes que se escudan en la metáfora del cambio climático para sermonear a los niños y dejar dormir tranquilos a los padres. A todos los padres. Sin embargo, me equivocaba, porque lo que el doble clic me depara es un cuestionario que me invita a saber qué tipo de animal soy. Solo tengo que responder cinco preguntas. Allá voy entonces. La primera es qué hago los viernes por la noche. Las cuatro siguientes son del mismo tenor, o incluso peor si es que eso es posible. El final del test me revela que soy un pájaro llamado saltarín cabecirrojo norteño. Con los dedos un tanto temblorosos por este momento de anagnórisis, entro en Google para buscar de qué se trata el tipo de animal que, me acabo de enterar, soy. Wikipedia es, como tantas otras veces, la primera opción. Allí entonces encuentro el nombre –¿debería decir mi nombre?– del cabecirrojo en latín, luego una descripción técnica de sus colores según se trate de macho o hembra y además un par de datos de relevancia: uno es que, según la escala elaborada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el cabecirrojo es una especie que, en la grilla de estado de conservación, aparece listada bajo la categoría «preocupación menor», lo que significa que tiene el más bajo riesgo de desaparecer. El otro dato revelado por el artí- culo es que, durante el cortejo, el cabecirrojo macho ejecuta un «paso de baile humano conocido como el moonwalk de Michael Jackson». De acuerdo, ya sabemos cómo se escriben los artículos de Wikipedia, ya sabemos cuáles son los aciertos que podemos encontrar ahí y cuáles no. Lo curioso es que Google elija conmemorar el Día de la Tierra apelando precisamente a varias de las direcciones que tan mal le vienen haciendo a la Tierra: la negación del estado de amenaza en que se encuentra, la banalización y el antropocentrismo. No quiero hacerles el juego a los señores que especulan económicamente con el cambio climático ni tampoco menoscabar la memoria de Michael Jackson, a quien he visto en imitaciones extraordinarias, pero realmente, si vamos a hablar del estado de este planeta, las cosas no están como para distraernos con un cuestionario de revista de peluquería. Lo digo como cabecirrojo alerta que soy, jamás como pá- jaro de mal agüero. 
★ ★ ★ 
También por Wikipedia me entero de que Rostock, la ciudad al borde del Báltico en la que nació la orangutana Sandra, supo ser el puerto principal de Alemania del Este hasta que, después de la reunificación y de la caída del Muro, pasó a ser solo un puerto más. La orangutana nació en 1986, es decir antes de que eso ocurriera, y fue trasladada al zoológico de Buenos Aires en 1994, ya bajo la reunificación. Precisamente veinte años después de su llegada quedó en el centro de una contienda judicial interesantísima en sí misma y en sus posibles derivaciones cuando, el 13 de noviembre del año pasado, la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA) presentó un hábeas corpus a su favor. Aduciendo que las autoridades del zoológico de Buenos Aires habían privado a la orangutana de su libertad en forma ilegítima y arbitraria, y que su salud, tanto desde el punto de vista físico como psíquico, está deteriorada al punto de poner en riesgo su supervivencia, AFADA requirió que se la liberara y se la trasladara al santuario de Sorocaba, en el estado de São Paulo, Brasil, donde podría vivir entre congéneres y en mejores condiciones. El recurso era claramente intrépido: el hábeas corpus es una figura legal que históricamente se aplica a personas. Y en AFADA, organización liderada por el abogado Pablo Buompadre y patrocinada por el constitucionalista Andrés Gil Domínguez, lo sabían bien: además de conocer el destino aciago de la serie de pedidos similares interpuestos por distintas organizaciones a favor de los grandes simios en otras partes del mundo, ellos mismos acababan de fracasar con un hábeas corpus que había llegado hasta la Corte Suprema de Justicia de la Nación por un chimpancé llamado Toti que vivía en un zoológico privado de la Patagonia. En principio, el caso de Sandra no fue una excepción en esa serie de fracasos: el recurso fue rechazado en dos instancias hasta que el 18 de diciembre, ante una nueva apelación, la Sala II de la Cá- mara Federal de Casación Penal estableció que la orangutana es un sujeto no humano y, como tal, titular de derechos. El fallo fue catalogado de «histórico» y lo mejor será no resistirse a ese adjetivo, por más transitado que esté. Son tan pocos los antecedentes en el mundo, que en diciembre Sandra fue furor en las redes y noticia en medios como The Guardian, The Independent y Der Spiegel, entre muchos otros. Y si bien tanto desde varios de esos soportes como desde los despachos de algunos constitucionalistas locales se pone en cuestión el sistema argumentativo del fallo, sobre todo porque remite a una sola fuente bibliográfica, o más bien a dos textos de un mismo autor, nadie deja de reconocer que sienta un precedente radical. Antes de este fallo, aunque el animal estuviese bien cuidado, incluso bien cuidado según lo establecen los requisitos de la Ley 14.346 que lo protege, era considerado un objeto y, como tal, podía ser exhibido y tenido en cautiverio. En cambio ahora, en tanto sujeto no humano, su cautiverio y exhibición pública como objeto son en sí mismos actos que vulneran sus derechos. Después de ese fallo de diciembre las acciones legales en este momento siguen, porque a Sandra se le han otorgado derechos pero no se ha especificado cuáles, y por lo visto determinarlos es una cuestión complicadí- sima cuando no carísima que quién sabe cuánto tiempo más llevará, porque la maquinaria legal puede ser, como sabemos, proliferante hasta el delirio. Sandra como activista involuntaria, Sandra como posible momento de quiebre: las tres veces que fui a verla para escribir este perfil la vi así. Hice todo lo posible por verla así. 
★ ★ ★ 
Encierro y exhibición: dos de los padecimientos de Sandra a los que apunta la denuncia que hizo AFADA. Me acuerdo de eso mientras miro el documental de Nicolas Philibert, Nénette, de 2010, centrado en la orangutana homónima que nació en los bosques de Borneo y que entonces, mientras la cámara de Philibert la toma, vive en el Jardin des Plantes de París. Tres años vivió en el bosque, casi cuarenta adentro de esa vitrina gigante. Siguiendo la línea cinéma vérité de sus trabajos anteriores, Philibert la sigue tan implacable como austeramente, sin subrayados. Desde fuera de la vitrina pero a veces casi pegada al vidrio, como un visitante más, la cámara registra tanto a Nénette y a los suyos como a los infinitos visitantes que la orangutana recibe por día. Infinitos y ruidosos. En pares, solos, en grupos. 
Muchos niños en grupos la visitan, comentan, gritan, hacen cosas de niños en grupo. El audio de la película registra sus voces exactamente como si estuvieran en una piscina cubierta, una piscina que no remite en nada a lo placentero y liberador de nadar sino más bien a ese tipo de disciplina mal entendida que se imparte en los internados, al rigor de corte institucional, a la humillación. El sonido constante rebota contra las paredes, enfatiza el encierro. Son voces humanas enlatadas que hacen los comentarios más previsibles y también más disparatados. La gente –no los niños, sino la gente grande– proyecta sus carencias y sus fantasías con una inocencia por momentos inverosímil, tan abrumadora como sus voces. Le hablan y se contestan, la toman como oráculo. La identificación les impide toda empatía. Un cuidador dice que hay gente que la visita regularmente, a veces todos los días, como si fuera un pariente que los necesita, un familiar preso o enfermo, alguien a quien preferirían ver en otro lado aunque las cosas se hayan dado así, y entonces me tienta creer que esos visitantes son excepciones a esa actitud autocentrada. No los veo entre el público que pulula en el documental, pero elijo creerle al cuidador francés. 
★ ★ ★ 
La primera vez que fui a ver a Sandra para escribir este perfil quedé sumergida, por uno de esos descuidos de paseante, en una banda de turistas que venía gritándose cosas –datos, comentarios cualquiera: de un tiempo a esta parte, lo sabemos, el ser humano no puede pasar mucho tiempo en silencio o desconectado, lo que se confunde como una misma cosa, a riesgo de tener un ataque de pánico– y entonces llegué hasta su recinto un poco como los visitantes de Nénette, sumergida en el ruido. Tenía mucho ruido mental también, porque desde hace ya casi una década, cuando publiqué un libro cuya escritura me había hecho pasar muchos días seguidos en el zoológico, en este de Buenos Aires y en varios otros también, me había prometido nunca más pisar ninguno. Tenía mis razones y las sigo teniendo, pero el caso Sandra amerita romper más de una promesa. La segunda vez que fui a ver a Sandra tuve más suerte: no había nadie alrededor salvo un par de cuidadores que justo estaban dándole de almorzar. En realidad uno de los cuidadores oficiaba de entrenador del otro, quien a su vez entrenaba a Sandra. Siguiendo las indicaciones del primero, el segundo le iba tirando pedacitos de banana a los lugares más remotos de su recinto –porque esta orangutana, al contrario de Nénette, tiene una gran parte de su espacio al aire libre– para que ella los fuera a buscar. Todo mediatizado por un lenguaje de señas que me hacía acordar al de los asistentes de aterrizaje en los aeropuertos. Algunas de esas señas son pura conexión con el animal, porque lo que se busca con este entrenamiento es no solo hacerla adelgazar sino hacerla sentir acompañada, me dijo el primer entrenador de la cadena. Otros después, ya fuera del zoológico, me dirán que estas prácticas de enriquecimiento ambiental dedicadas a Sandra son muy recientes, una especie de pantalla post fallo para apaciguar los ánimos generales y también las denuncias puntuales contra autoridades del zoológico que este caso puso en marcha, denuncias graves que en estos días también siguen su curso. Pero mientras, en ese mediodía de marzo, el primer entrenador me contó que todo lo que él sabe lo fue aprendiendo en libros, en revistas, en manuales, o mirando en YouTube, en documentales, porque acá en la Argentina no hay un lugar adonde aprender este oficio. En su caso, por ejemplo, empezó entrenando perros, porque ese sí es un curso que se dicta en la Facultad de Veterinaria. Uno se va haciendo como puede. Hay que reconocer que durante los últimos cinco años Sandra tuvo un gran cuidador, eso también me lo dirán afuera, uno de esos autodidactas con una percepción del universo animal increíble, una capacidad de sintonía y de trabajo excepcionales. Pero desde hace unos meses, después de que el caso estuviera en los diarios, los directivos del zoológico lo cambiaron de área, lo volvieron inhallable, lo silenciaron. Antes de eso, fue una de las personas que asistieron a la audiencia que, en un nuevo capítulo de lo que algunos medios llaman «la liberación de Sandra», la jueza Elena Liberatori (sic) convocó hacia fines de marzo para empezar a decidir qué pasos tomar ahora que el fallo histórico es un hecho, para que lo de «histórico» no quede relegado al bronce del olvido con el que a veces se lo asocia y tome en cambio una forma de aplicación concreta. En esa audiencia, que el Gobierno de la Ciudad intentó impedir aunque su pedido fue desestimado, participaron también el director del zoológico de Buenos Aires, representantes del poder judicial de la ciudad, dos patrocinantes de AFADA, abogados especializados en el tema animal y un equipo interdisciplinario conformado por profesores de la Universidad de Rosario y la Universidad de Buenos Aires. Dicen que la audiencia duró cuatro horas y que estuvo amenizada por unos sándwiches de jamón. Refiriéndose a estos últimos parece ser que, a la salida, uno de los participantes dijo que ahí estaban todos muy preocupados por los derechos de la orangutana pero que, por lo visto, los derechos de los chanchos nadie los tenía en cuenta. 
★ ★ ★ 
Cuando leí ese comentario así, suelto, citado en un artículo de diario, me pregunté si sería uno de esos chistes berretas que tanto abundan en este tipo de contiendas, o si el participante de la audiencia se estaría refiriendo al modo en que los chanchos fueron protagonistas en causas judiciales en otras épocas, especialmente durante la Edad Media. Michel Pastoureau aborda el tema en ese libro extraordinario que se llama Una historia simbólica de la Edad Media occidental, (1) donde cuenta un caso que viene al caso, valga la redundancia. Durante los primeros días de 1386 se registró en Falaise, un pueblito de la Baja Normandía, lo que el mismo Pastoureau, a quien uno pensaría que ya nada de la época puede asombrarlo, califica como «un acontecimiento extraordinario»: después de nueve días de juicio en los que su defensor legal no pudo hacer mucho para absolverla, una chancha fue declarada culpable del asesinato de un bebé de tres meses y condenada a muerte. Antes, se le leyó la sentencia. Luego, la vistieron con ropas humanas y la ataron a una yegua que la arrastró desde la plaza del castillo del señor feudal hasta la periferia, donde se había instalado un cadalso en el que la chancha comenzaría su larga muerte. Primero, el verdugo le cortó el morro y le hizo unos cortes profundos en la pierna, porque era parte del protocolo hacer que el animal sufriera exactamente el mismo tipo de daño que había causado a su víctima. Después, le colocaron una especie de careta de rasgos humanos y la ataron por los cuartos traseros a un árbol para que allí terminara de desangrarse. Una vez que comprobaron que la chancha estaba muerta del todo, volvieron a arrastrar sus restos alrededor de toda la plaza y, finalmente, los quemaron en una hoguera. Queda claro que esta ejecución, casi un espectáculo, estaba hecha para un público, y en este caso un público muy pensado, entre los que estaban, además del vizconde de Falaise y de los miembros de su comitiva que administraban la ley, un grupo levemente heterogéneo conformado por el dueño de la chancha, el padre del niño, habitantes del pueblo y una serie de campesinos que habían sido reclutados en los alrededores con la orden de asistir no solo con sus familias sino con sus chanchos, congéneres de la víctima. Faltaban todavía dos siglos para que el célebre jurista Barthélemy de Chassanée escribiera su Consilia, el tratado en el que resumiría los requisitos formales que debían aplicarse en los juicios a los animales, pero por lo que se ve, el señor feudal y sus aliados sabían ya entonces cómo proceder para que, a partir de esta ejecución, los involucrados directos –el dueño de la chancha y el padre del niño– y los otros involucrados posibles –gente en general, chanchos en general– tuvieran su momento pedagógico. Mejor cuidar que animales y niños no anden sueltos, mejor comer otra cosa: cada uno habrá llegado a sus conclusiones. Lo que importa acá remarcar es el hecho de que, aunque entonces por Derecho no pueda entenderse lo mismo que pasó a entenderse a partir de la Modernidad, estamos frente a un caso en el que un animal es centro de un debate judicial. Y no solo eso, un caso en el que el animal debe comparecer ante la justicia para ser condenado (o, en otros casos, absuelto) porque, dice Pastoureau, en la Edad Media «todo ser vivo es sujeto de derecho». 
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También dice Pastoureau en ese mismo libro que, aunque menos espectaculares o menos atestiguados que el caso de la chancha de Falaise, los pleitos legales que involucraban a estos animales eran muy frecuentes en esa época –llega a contar unas 60 causas entre 1266 y 1586– y que eso respondía a una razón que entonces nadie discutía: la proximidad entre el cerdo y el animal humano. En las academias de medicina, por ejemplo, se diseccionaban chanchos para estudiar el cuerpo humano teniendo en cuenta similitudes que luego la ciencia contemporánea confirmó plenamente, sobre todo cuando se trata del aparato digestivo, el urinario, los tejidos y el sistema cutáneo. Recién en el siglo XIX ese parentesco se trasladó al mono, pero independientemente de que hablemos de monos o de cerdos el otro hecho fundamental que esa anécdota de Falaise remarca es la proximidad que entonces, en la durante tanto tiempo denostada Edad Media, había entre el humano y el animal, los modos en los que desde distintos ámbitos –la justicia, la ciencia, la percepción popular– se los pensaba próximos, línea de pensamiento que fue quebrada al medio de forma tajante durante el Iluminismo. Entonces, Descartes articuló su confrontación jerarquizante entre lo humano y lo animal con una eficacia tal que, con distintas formulaciones y efectos, recorrió los siglos siguientes y llegó a estar presente en los preceptos ideológicos del nazismo, entre otras aberraciones históricas que persisten hasta hoy. Porque la cosificación inherente a la teoría cartesiana se aplica no solo a los animales sino también a los humanos. Mejor dicho, a algunos humanos, que según el momento histórico pueden ser judíos o musulmanes o negros, y así sigue la lista, siempre una lista que hace referencia a los desclasados, los abyectos o los que el sistema considere innecesarios, improductivos, peligrosos. Porque inevitablemente implica revisar esa concepción de lo que entendemos por vida es que me parece crucial el caso Sandra, que vuelve a plantear la necesidad de pensar no solo el estatuto de lo animal sino el de lo humano, o mejor dicho a azuzar la necesidad de encontrar nuevas formas de confluencia, una puerta de entrada a nuevas formas de pensar lo viviente, «a imaginar modos más abiertos y hospitalarios de ser en común», tal como propone Florencia Garramuño en Mundos en común, (2) lo que desde ya supone desestimar tanto la identificación humano-animal como la definición del primero en contraposición al segundo, y en cambio instiga a pensar una nueva convivencia sobre la que todavía queda mucho por decir, por discutir, pero en la que, ya queda claro, no hay espacio para la cosificación de las formas de vida. A eso me refiero cuando hablo de Sandra como activista involuntaria, Sandra como uno de los capítulos de un posible momento de quiebre. 
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La tercera vez que fui a ver a Sandra para escribir este perfil no había a su alrededor ni turistas ni cuidadores. El día también era radiante y fresco, porque en el sentido meteorológico no hay en Buenos Aires época del año más generosa que el otoño. Como era más temprano que las otras veces que había ido, el sol llegaba desde otro ángulo y entonces el color cobrizo de los pelos largos de Sandra resaltaba más. Me acuerdo que a fines del año pasado, cuando empezaron a aparecer las primeras noticias que la involucraban, encontré entre los comentarios de un diario de gran tirada el comentario de un lector, por llamarlo así, en el que decía que la orangutana le parecía idéntica a una judía con peluca. Hay que reconocerle al supuesto lector una importante capacidad de síntesis, porque en tan breve comparación compactaba discriminación hacia al menos tres grupos. Uno de ellos, el de las mujeres, tiene una vuelta de tuerca bastante curiosa en el caso de los orangutanes y de los grandes simios en general –categoría en la que también están incluidos los chimpancés, los bonobos y los gorilas–, tal como me contó hace unos días Susana Pataro, antropóloga y representante en América Latina de la Fundación Jane Goodall. Ocurre que, desde su base tanzana, donde estaba instalado haciendo excavaciones que luego serían cruciales en la discusión acerca de los orí- genes de la humanidad, el arqueólogo británico Louis Leaky terminó enviando –a veces casi a su pesar– a tres mujeres para que investigaran a los grandes simios sobre el terreno. La primera de ellas fue Jane Goodall, que estudió los chimpancés. La más hollywoodense fue Diane Fossey, que estudió los gorilas. Y la que viene más al caso acá es Biruté Galdikas, primatóloga de origen lituano nacida en Alemania y hoy radicada en Canadá, que después de sus incursiones en Borneo escribió libros en los que se dice lo nunca dicho antes acerca de los orangutanes y su hábitat, porque estas mujeres son las primeras en comprender que, cuando hablamos de una especie, hablamos indefectiblemente de su hábitat, es decir del nuestro, el de todos. Eso queda también clarísimo en Green, la película en la que Patrick Rouxel sigue la agonía de una orangutana víctima del desmonte al que una serie de humanos trata de salvarle la vida. En paralelo y en clave abiertamente activista, la película sigue los pasos de la deforestación que otros seres humanos, los favorecidos por la industria del aceite de palma, hacen del hábitat natural de los orangutanes, los bosques de Borneo y Sumatra, y los efectos que eso tiene sobre otros seres humanos, los pobladores de la zona que, también como la orangutana Green, están en agonía. Mientras yo investigaba para escribir este perfil, se estrenaba en el Festival de Cine de Buenos Aires The Act of Killing, la película en laque Joshua Oppenheimer revela las otras atrocidades políticas de las que fue testigo cuando viajó a Indonesia a hacer un documental justamente sobre esos últimos seres humanos, los trabajadores que forman la última cadena de la industria del aceite de palma. 
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Green le habían puesto de nombre a la orangutana que un día pasó a verlo todo menos verde que negro. Supongo que el nombre se le habrá ocurrido a uno de los enfermeros del equipo que trataba de salvarle la vida. Me pregunto entonces quién le habrá puesto Sandra a Sandra y entonces me entero de que en Rostock, antes de venir de Alemania, se llamaba Marissa. Algo parecido le pasó al orangután macho con el que vino, su pareja, que allá se llamaba Rafael y acá se lo rebautizó como Max, aunque uno hubiese esperado la ecuación contraria. Por qué les cambiaron los nombres pregunté entonces, pero nadie me lo supo decir. O al menos no con pasión onomástica. Es normal cuando cambian de zoológico, me dijo, cansino, un cuidador que pasaba por ahí. Y me contó que al hijo que Sandra tuvo en 1998 le pusieron Shembira acá mismo, en el zoológico de Buenos Aires, pero después lo trasladaron a uno en China, cree, y vaya a saber cómo se llama ahí. A su hijo Sandra lo rechazó de entrada, agrega. Fue el personal del zoológico el que tuvo que encargarse de amamantarlo y darle los cuidados básicos hasta que estuviera en condiciones de pasar a formar parte de otra colección, ella nunca quiso saber nada con su criatura. Por qué, preguntaría, pero sé que es inú- til, entonces pregunto por qué Sandra en vez de Marissa. Sería el nombre de algún amor imposible de un cuidador. O de la suegra, nunca se sabe, comenta antes de irse. Un par de días después Claudio Bertonatti, que fue director del zoológico de Buenos Aires entre enero de 2012 y abril de 2013, me dijo que, entre la serie de cambios que intentó introducir pero no pudo, estaba justamente este de los nombres. Ya que los zoológicos se plantean hoy una misión educativa, le parecía el colmo del etnocentrismo, por no decir de la estupidez, esto de ponerles nombres de personas. Él intentó llamar a los animales con alguna palabra que hiciera referencia a su lugar de origen, a sus formas de ser, pero no hubo caso. Una de las atracciones del zoológico es armar un concurso que suele reunir a muchos chicos para ver cuál de todos es el que logra ponerle nombre a un animal, con lo cual el zoológico jamás haría nada que arruine su objetivo central, el mercado del espectáculo. En lengua malaya, orang significa hombre y utan bosque, me dice Gail Jones, una escritora australiana con la que me encuentro mientras estoy escribiendo, con lo cual orangután quiere decir literalmente «hombre del bosque». Pienso entonces que, justamente ahí, desde el nombre, la especie ya estuvo siempre remitiendo a lo que con el tiempo se volvería una tensión, porque la marcha del mundo hizo que en algún momento las preposiciones se alteraran y desde entonces la ecuación pasó de «hombre del bosque» a «hombre contra el bosque». Una alteración que se registra allá en su Borneo natal y en miles de otros puntos de la Tierra que, dicen, una vez al año festeja su día.

(1) Buenos Aires, Katz Editores, 2006.
(2) Mundos en común. Ensayos sobre la inespecificidad en el arte, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2015.

martes, 15 de mayo de 2018

Ilustradas - Herikita

Herikita

Ilustra
dora colombiana, el dibujo es desde siempre parte de su universo y su forma de expresión. Sin una técnica preferida, Herikita nos muestra su universo en  diarios ilustrados como:  youth and sex, this way, cool and bored, diario de besos, 2011 una año para el fin del mundo. En sus ilustraciones son recurrentes las imágenes de casa y vida cotidiada, así como también del universo femenino

Sus trabajos se publicaron en distintos lugares del mundo, como le 1era edición del Libro Yeguas, donde en conjunto con otras ilustradoras del mundo le dan vida a referentes femeninos de la historia. 








Más de su trabajo: www.facebook.com/HerikitaConK

viernes, 11 de mayo de 2018

Ilustradas - Helena Pallarés

Helena Pallarés:
Ilustradora y diseñadora gráfica española, desde 2011  empezó a desarrollar su estilo personal a través del collage, creando un lenguaje que habla por sí mismo de realidades oníricas imposibles.
Inspirada en el arte dadaísta, el surrealismo y el fotomontaje, su obra mezcla temáticas diversas que giran en torno a los sueños, el subconsciente, el azar y lo absurdo. Para crear sus composiciones utiliza el papel como recurso principal generando texturas y combinándolo siempre con recortes de revistas y fotografías antiguas de las que se vale para diseñar los personajes que protagonizan la mayor parte de sus ilustraciones.
El carácter delicado y naïf de sus primeros collages ha evolucionado con el tiempo hacia una estética cada vez más conceptual en la que las formas abstractas y la geometría van cobrando un mayor protagonismo en sus obras, dando lugar a universos más utópicos y sorprendentes.








Màs de su obra: http://www.helenapallares.com/

miércoles, 9 de mayo de 2018

Liliana Heker / Cuentos

Liliana Heker es una cuentista, novelista y ensayista argentina.  A los 16 años comenzó a colaboraren la revista literaria El grillo de papel y participó en la fundación de las revistas literarias El Escarabajo de Oro  y El Ornitorrinco. En estas revistas publicó artículos, ensayos, críticas y polémicas. Hay traducciones de sus cuentos (en inglés, alemán, francés, ruso, turco, serbio, holandés, y farsi) que se incluyen en diversas antologías. También se publicó en Israel una selección de sus cuentos traducidos al hebreo. Desde 1978 coordina talleres de narrativa en los que se han formado muchos de los nuevos narradores argentinos.




Los Juegos


A veces me da una risa. Porque ellos no se pueden imaginar las cosas y entonces tratan de explicar todo: se ve que no pueden vivir sin explicar. Cada tanto yo pienso que les tendría que contar la verdad, ya estoy lista, parece que voy a empezar, pero entonces ellos dicen: ¿Por qué no jugás con la muñeca?, ¿es que ya no te gusta más? Y a mí claro que me gusta. Y cómo jugamos, si ellos supieran. Ayer nos perdimos en el bosque, uno que está cerca de la casa en que a veces se nos da por vivir; yo tenía unas trenzas largas y negras, iba descalza porque se me habían perdido los zapatos y estaba muerta de miedo. Pero en secreto sabía que después íbamos a encontrar una casita con labradores y con chicos llenos de aventuras y con panes calientes y olorosos. Y quería tener más miedo así después me sentía más aliviada.

Pero no pude llorar en los brazos de la mujer ni reírme con los hijos, ni llenarme la boca con pan dorado porque vino mamá y me dijo: ¿Por qué estás siempre sin hacer nada? Entonces yo saqué la muñeca de la caja y me puse a darle la mamadera. Y mamá me dijo: ¿Viste cómo te podés entretener si querés?

A la tarde me llevó a la casa de Silvia para que juegue con ella y no esté tan sola. A Silvia le gusta jugar a las visitas: dice las cosas que dicen las mamás cuando van de visita; las señoras grandes la miran, se ríen y dicen qué pícara. A Silvia le gustaría ser grande para decir todas esas cosas en serio y me dijo que yo era una tonta porque nunca me había pintado los labios y que mi vestido era viejo y feo y que su papá le va a comprar una bicicleta porque es más rico que el mío. Y a mí me subió una cosa grande y rara que se me quedó en la garganta y empecé a llorar fuerte como cuando me aprieto un dedo en la puerta. Entonces mamá me llevó a casa y me dijo que yo era una llorona y que no sabía jugar como las demás nenas y que tengo que contestarle a Silvia cuando me hace rabiar porque sino todos se van a reír de mí. Y yo me puse a llorar más fuerte y ya no pude parar.

Pero a la noche cuando estaba en la cama le contesté a Silvia: le dije todas las cosas que se me habían apretado en la garganta y que por eso no le pude decir antes. Me hubieran oído entonces. Le dije que si no me pintaba los labios no era porque le tuviera miedo a nadie, era porque no me gustaba porque es pegajoso y tiene feo olor. Y que yo tenía vestidos mil veces más lindos que ése y que me los ponía todos juntos si quería porque yo podía hacer lo que me da la gana y nadie me iba a decir nada pero que a mí qué me importaba ponérmelos: total, para ir a su casa. Y que a mí me van a comprar un caballo que corra más rápido que un tren cuando cumpla siete años. Entonces ella me quiso decir algo pero yo no la dejé y le dije que además la tonta era ella que todavía leía nada más que cuentos de hadas mientras que yo ya leí un montón de libros largos y de muchas páginas. Ella se moría de rabia pero yo le dije que era una estúpida porque decía que los chicos son unos brutos que no saben jugar y eso era mentira porque juegan mucho mejor que nosotras y si a ella no le gustaba era porque era de manteca. Silvia quiso tirarme del pelo pero entonces yo la agarré y le pegué tan fuerte que se tuvo que escapar corriendo. Y se puso a llorar. Lloraba tan fuerte que al final vinieron todas las señoras grandes a ver. Todas. Y se enteraron de que yo le había pegado a Silvia porque había sido mala conmigo. Y mamá me dijo: No hay que pegar a las nenas, es muy feo. Y Silvia seguía llora que te llora.

Y todo pasó tan en serio que cuando terminó yo estaba llorando en la cama. Pero no lloraba porque estaba triste. Lloraba como si yo fuera Silvia y me diese mucha rabia que una chica a la que creía tonta me hubiera hecho pasar tanta vergüenza delante de todo el mundo.

***

La fiesta ajena

Nomás llegó, fue a la cocina a ver si estaba el mono. Estaba y eso la tranquilizó: no le hubiera gustado nada tener que darle la razón a su madre. ¿Monos en un cumpleaños?, le había dicho; ¡por favor! Vos sí que te creés todas las pavadas que te dicen. Estaba enojada pero no era por el mono, pensó la chica: era por el cumpleaños.
–No me gusta que vayas –le había dicho–. Es una fiesta de ricos.
–Los ricos también se van al cielo –dijo la chica, que aprendía religión en el colegio.
–Qué cielo ni cielo –dijo la madre–. Lo que pasa es que a usted, m’hijita, le gusta cagar más arriba del culo.
A la chica no le parecía nada bien la manera de hablar de su madre: ella tenía nueve años y era una de las mejores alumnas de su grado.
–Yo voy a ir porque estoy invitada –dijo–. Y estoy invitada porque Luciana es mi amiga. Y se acabó.
–Ah, sí, tu amiga –dijo la madre. Hizo una pausa–. Oíme, Rosaura –dijo por fin–, esa no es tu amiga. ¿Sabés lo que sos vos para todos ellos? Sos la hija de la sirvienta, nada más.
Rosaura parpadeó con energía: no iba a llorar.
–Callate –gritó–. Qué vas a saber vos lo que es ser amiga.
Ella iba casi todas las tardes a la casa de Luciana y preparaban juntas los deberes mientras su madre hacía la limpieza.
Tomaban la leche en la cocina y se contaban secretos. A Rosaura le gustaba enormemente todo lo que había en esa casa. Y la gente también le gustaba.
–Yo voy a ir porque va a ser la fiesta más hermosa del mundo, Luciana me lo dijo. Va a venir un mago y va a traer un mono y todo. La madre giró el cuerpo para mirarla bien y ampulosamente apoyó las manos en las caderas.
–¿Monos en un cumpleaños? –dijo–. ¡Por favor! Vos sí que te creés todas las pavadas que te dicen.
Rosaura se ofendió mucho. Además le parecía mal que su madre acusara a las personas de mentirosas simplemente porque eran ricas. Ella también quería ser rica, ¿qué?, si un día llegaba a vivir en un hermoso palacio, ¿su madre no la iba a querer tampoco a ella? Se sintió muy triste. Deseaba ir a esa fiesta más que nada en el mundo.
–Si no voy me muero –murmuró, casi sin mover los labios. Y no estaba muy segura de que se hubiera oído, pero lo cierto es que la mañana de la fiesta descubrió que su madre le había almidonado el vestido de Navidad. Y a la tarde, después que le lavó la cabeza, le enjuagó el pelo con vinagre de manzanas para que le quedara bien brillante. Antes de salir Rosaura se miró en el espejo, con el vestido blanco y el pelo brillándole, y se vio lindísima.
La señora Inés también pareció notarlo. Apenas la vio entrar, le dijo:
–Qué linda estás hoy, Rosaura.
Ella, con las manos, impartió un ligero balanceo a su pollera almidonada: entró a la fiesta con paso firme. Saludó a Luciana y le preguntó por el mono. Luciana puso cara de conspiradora; acercó su boca a la oreja de Rosaura.
–Está en la cocina –le susurró en la oreja–. Pero no se lo digas a nadie porque es un secreto.
Rosaura quiso verificarlo. Sigilosamente entró en la cocina y lo vio. Estaba meditando en su jaula. Tan cómico que la chica se quedó un buen rato mirándolo y después, cada tanto, abandonaba a escondidas la fiesta e iba a verlo. Era la única que tenía permiso para entrar en la cocina, la señora Inés se lo había dicho: “Vos sí pero ningún otro, son muy revoltosos, capaz que rompen algo”. Rosaura, en cambio, no rompió nada. Ni siquiera tuvo problemas con la jarra de naranjada, cuando la llevó desde la cocina al comedor. La sostuvo con mucho cuidado y no volcó ni una gota. Eso que la señora Inés le había dicho: “¿Te parece que vas a poder con esa jarra tan grande?”. Y claro que iba a poder: no era de manteca, como otras. De manteca era la rubia del moño en la cabeza. Apenas la vio, la del moño le dijo:
–¿Y vos quién sos?
–Soy amiga de Luciana –dijo Rosaura.
–No –dijo la del moño–, vos no sos amiga de Luciana porque yo soy la prima y conozco a todas sus amigas. Y a vos no te conozco.
–Y a mí qué me importa –dijo Rosaura–, yo vengo todas las tardes con mi mamá y hacemos los deberes juntas.
–¿Vos y tu mamá hacen los deberes juntas? –dijo la del moño, con una risita.
–Yo y Luciana hacemos los deberes juntas –dijo Rosaura, muy seria. La del moño se encogió de hombros.
–Eso no es ser amiga –dijo–. ¿Vas al colegio con ella?
–No.
–¿Y entonces, de dónde la conocés? –dijo la del moño, que empezaba a impacientarse.
Rosaura se acordaba perfectamente de las palabras de su madre. Respiró hondo:
–Soy la hija de la empleada –dijo.
Su madre se lo había dicho bien claro: Si alguno te pregunta, vos le decís que sos la hija de la empleada, y listo.
También le había dicho que tenía que agregar: y a mucha honra. Pero Rosaura pensó que nunca en su vida se iba a animar a decir algo así.
–Qué empleada–dijo la del moño–. ¿Vende cosas en una tienda?
–No –dijo Rosaura con rabia–, mi mamá no vende nada, para que sepas.
–¿Y entonces cómo es empleada? –dijo la del moño.
Pero en ese momento se acercó la señora Inés haciendo shh shh, y le dijo a Rosaura si no la podía ayudar a servir las salchichitas, ella que conocía la casa mejor que nadie.
–Viste –le dijo Rosaura a la del moño, y con disimulo le pateó un tobillo.
Fuera de la del moño todos los chicos le encantaron. La que más le gustaba era Luciana, con su corona de oro; después los varones. Ella salió primera en la carrera de embolsados y en la mancha agachada nadie la pudo agarrar.
Cuando los dividieron en equipos para jugar al delegado, todos los varones pedían a gritos que la pusieran en su equipo. A Rosaura le pareció que nunca en su vida había sido tan feliz.
Pero faltaba lo mejor. Lo mejor vino después que Luciana apagó las velitas. Primero, la torta: la señora Inés le había pedido que la ayudara a servir la torta y Rosaura se divirtió muchísimo porque todos los chicos se le vinieron encima y le gritaban “a mí, a mí”. Rosaura se acordó de una historia donde había una reina que tenía derecho de vida y muerte sobre sus súbditos. Siempre le había gustado eso de tener derecho de vida y muerte. A Luciana y a los varones les dio los pedazos más grandes, y a la del moño una tajadita que daba lástima.
Después de la torta llegó el mago. Era muy flaco y tenía una capa roja. Y era mago de verdad. Desanudaba pañuelos con un solo soplo y enhebraba argollas que no estaban cortadas por ninguna parte. Adivinaba las cartas y el mono era el ayudante. Era muy raro el mago: al mono lo llamaba socio. “A ver, socio, dé vuelta una carta”, le decía. “No se me escape, socio, que estamos en horario de trabajo”.
La prueba final era la más emocionante. Un chico tenía que sostener al mono en brazos y el mago lo iba a hacer desaparecer.
–¿Al chico? –gritaron todos.
–¡Al mono! –gritó el mago.
Rosaura pensó que ésta era la fiesta más divertida del mundo.
El mago llamó a un gordito, pero el gordito se asustó enseguida y dejó caer al mono. El mago lo levantó con mucho cuidado, le dijo algo en secreto, y el mono hizo que sí con la cabeza.
–No hay que ser tan timorato, compañero –le dijo el mago al gordito.
–¿Qué es timorato? –dijo el gordito. El mago giró la cabeza hacia uno y otro lado, como para comprobar que no había espías.
–Cagón –dijo–. Vaya a sentarse, compañero.
Después fue mirando, una por una, las caras de todos. A Rosaura le palpitaba el corazón.
–A ver, la de los ojos de mora –dijo el mago. Y todos vieron cómo la señalaba a ella.
No tuvo miedo. Ni con el mono en brazos, ni cuando el mago hizo desaparecer al mono, ni al final, cuando el mago hizo ondular su capa roja sobre la cabeza de Rosaura, dijo las palabras mágicas… y el mono apareció otra vez allí, lo más contento, entre sus brazos. Todos los chicos aplaudieron a rabiar. Y antes de que Rosaura volviera a su asiento, el mago le dijo:
–Muchas gracias, señorita condesa.
Eso le gustó tanto que un rato después, cuando su madre vino a buscarla, fue lo primero que le contó.
–Yo lo ayudé al mago y el mago me dijo: “Muchas gracias, señorita condesa”.
Fue bastante raro porque, hasta ese momento, Rosaura había creído que estaba enojada con su madre. Todo el tiempo había pensado que le iba a decir: “Viste que no era mentira lo del mono”. Pero no. Estaba contenta, así que le contó lo del mago.
Su madre le dio un coscorrón y le dijo:
–Mírenla a la condesa.
Pero se veía que también estaba contenta.
Y ahora estaban las dos en el hall porque un momento antes la señora Inés, muy sonriente, había dicho: “Espérenme un momentito”.
Ahí la madre pareció preocupada.
–¿Qué pasa? –le preguntó a Rosaura.
–Y qué va a pasar –le dijo Rosaura–. Que fue a buscar los regalos para los que nos vamos.
Le señaló al gordito y a una chica de trenzas, que también esperaban en el hall al lado de sus madres. Y le explicó cómo era el asunto de los regalos. Lo sabía bien porque había estado observando a los que se iban antes. Cuando se iba una chica, la señora Inés le regalaba una pulsera. Cuando se iba un chico, le regalaba un yo-yo. A Rosaura le gustaba más el yo-yo porque tenía chispas, pero eso no se lo contó a su madre. Capaz que le decía: “Y entonces, ¿por qué no le pedís el yo-yo, pedazo de sonsa?”. Era así su madre. Rosaura no tenía ganas de explicarle que le daba vergüenza ser la única distinta. En cambio le dijo:
–Yo fui la mejor de la fiesta. Y no habló más porque la señora Inés acababa de entrar en el hall con una bolsa celeste y una bolsa rosa. Primero se acercó al gordito, le dio un yo-yo que había sacado de la bolsa celeste, y el gordito se fue con su mamá. Después se acercó a la de trenzas, le dio una pulsera que había sacado de la bolsa rosa, y la de trenzas se fue con su mamá.
Después se acercó a donde estaban ella y su madre. Tenía una sonrisa muy grande y eso le gustó a Rosaura. La señora Inés la miró, después miró a la madre, y dijo algo que a Rosaura la llenó de orgullo. Dijo:
–Qué hija que se mandó, Herminia.
Por un momento, Rosaura pensó que a ella le iba a hacer los dos regalos: la pulsera y el yo-yo. Cuando la señora Inés inició el ademán de buscar algo, ella también inició el movimiento de adelantar el brazo. Pero no llegó a completar ese movimiento. Porque la señora Inés no buscó nada en la bolsa celeste, ni buscó nada en la bolsa rosa. Buscó algo en su cartera.
En su mano aparecieron dos billetes.
–Esto te lo ganaste en buena ley–dijo, extendiendo la mano–. Gracias por todo, querida.
Ahora Rosaura tenía los brazos muy rígidos, pegados al cuerpo, y sintió que la mano de su madre se apoyaba sobre su hombro. Instintivamente se apretó contra el cuerpo de su madre. Nada más. Salvo su mirada. Su mirada fría, fija en la cara de la señora Inés.
La señora Inés, inmóvil, seguía con la mano extendida. Como si no se animara a retirarla. Como si la perturbación más leve pudiera desbaratar este delicado equilibrio.