domingo, 29 de abril de 2018

Alejandra Pizarnik / Diarios

Alejandra Pizarnik fue una Poetisa argentina. Estudió filosofía y letras en la Universidad de Buenos Aires y, mas tarde, pintura con Juan Batlle Planas.Vivió en París donde trabajó para la revista "Cuadernos" y algunas editoriales francesas, publicó poemas y críticas en varios diarios, tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Cesairé, e Yves Bonnefoy, y estudió historia de la religión y literatura francesa en La Sorbona. Mantuvo una estrecha amistad con el escritor Julio Cortázar y con el poeta mexicano Octavio Paz. En su retorno a Buenos Aires publicó sus obras más destacadas: "Los trabajos y las noches", "Extracción de la piedra de locura" y "El infierno musical", y su trabajo en prosa "La condesa sangrienta". En estos años encontró su tono más personal, poemas carentes de forma, como anotaciones de un diario personal. Su obra poética se inscribe en la corriente neosurrealista y manifiesta su espíritu rebelde, se caracterizó por la libertad y la autonomía creativa. Coqueteó con el suicidio desde muy joven y al final lo consumó a los treinta y seis años. En sus Diarios dejó sus pesadillas, sus complejos, sus raras costumbres, sus amores y su mejor literatura.




 Diarios
(fragmentos)
Estractos de 1957 a 1959


Miércoles 23 de octubre


La poesía, no como substitución, sino como creación de una realidad independiente -dentro de lo posible- de la realidad a que estoy acostumbrada. La imágenes solas no emocionan, deber ir referidas a nuestra herida: la vida, la muerte, el amor, el deseo, la angustia. Nombrar nuestra herida sin arrastrarla a un proceso de alquimia en virtud del cual consigue alas, es vulgar. No es lo mismo decir: "No hay solución" que


No saldrás nunca sin embargo
de tu gran prisión de alcatraces


Lunes 20 de enero


Un encuentro sexual no compromete a nada. Sólo dos seres sedientos que se unen en el desierto para ir en busca de la calma.
Pero esto es independiente del hecho fundamental: el encuentro sexual no compromete a nada.
Profundo asombro. ¿Qué realción hay o puede haber entre ética y sexualidad? ¿Por qué? "lo prohibido"? No puedo comprenderlo.


(quiero nadar desnuda en tu sangre)


12 de mayo


Enajenación absoluta. Como si me hubiera ido de vacaciones dejando mi cuerpo abandonado, o mejor, como si mi cuerpo se erigiera en único dueño de mí misma. No obstante, no quiero morir. Quiero continuar viviendo y mintiendo.
Todo lo verdadero se realiza cuando yo no miro, o cuando me doy vuelta.


18 de junio

He abandonado los estudios. Trabajo. No me gusta trabajar. No quiero nada. Quiero morir. He aquí, etc. etc.
"Estás enamorada de la muerte", dijo Roberto. Yo me ruboricé.
Siempre. Siempre. Bella palabra.


24 de junio


Yo debiera pintar. La literatura es tiempo. La pintura es espacio. Y yo odio el tiempo y querría abolirlo. Pero ni la pintura. Hablo de poder expresarme en un arte que fuera como un aullido en lo oscuro, terriblemente breve e intenso como la muerte.


                                                             ***
Estractos de 1960 a 1968


1960(París)
Domingo, 27 de Noviembre

Vi el film Los amantes. He entrevisto, por un segundo, cómo sería una vida hecha de aceptación: de sí en vez de no. Pero el temor a intelectualizar, el temor a detener y endurecer una visión imaginaria del futuro, congelándola, haciéndola pasiva y convertida en arquetipo. Y luego mis esfuerzos penosos por acercarme a ella, por remedar esa visión construida en algún instante pasado de mi imaginación, arbitraria y sola, izada como un ejemplo absurdo, como un ídolo sin cabeza, erguida en su imposible. Y soy yo quien me afano por alcanzarme en esa visión. Soy yo que me busco donde no estoy.

Recordé el negocio de bicicletas y rodados en la Av. Roca (después Perón), en Avellaneda. Mi paraíso. Mi teatro. Mi inalcanzable.

Lo que tiene de nuestra época este film (Los amantes), lo que tiene de nuestra generación, es que Jeanne M. no se detiene a causa de su hija. Quiero decir, la pérdida de sentido del concepto de "amor maternal" o "deber maternal". Ello se demuestra en que yo esperaba que "terminase mal", que vendría alguien a impedirle la felicidad recién descubierta. Pero no viene nadie y todo va bien. Estamos acostumbrados a los finales tristes.


[...]


Diciembre 7

Me obsede lo que me dijo uno de los empleados de la sección expedición. Le pregunté —mientras hacíamos paquetes— si no se siente muerto de fatiga por las noches. "Apenas llego me pongo el pijama, cocino las legumbres (porque yo las compro crudas), como, y enseguida me meto en la cama y leo, calculo..." Pero en francés era: je lis, je calcule... Todos estos días me pregunté qué podría calcular este hombre. Tiene voz de barítono, voz histérica, con inflexiones que asocio a los cantos napolitanos. Y dicho con su voz tensa: "je calcule"...


Ayer había un tartamudo en el hospital Saint-Anne. Casi afásico. Entró en la oficina de informes y habló muchas horas. Daba alaridos y daba como sirenas de barcos hundidos. Quiero decir, primero una e casi interminable, una e como un tren de diez mil vagones. Él aparecía cerca del tren, dispuesto a saltar y a meterse en uno de los vagones. Una vez que la ellegaba a una extensión insoportable, emitía una frase rápida y al instante no podía más y entonces de nuevo se bajaba del tren y construía una vía, un pasadizo, algo en que apoyarse, en que sentarse. (Yo lo escuché llorando.) Pero en verdad, si hubiera estado alguien conmigo, Susana por ejemplo, me hubiera reído como nunca, me hubiera reído como se reían las enfermeras.

Recordar q' el viernes me sentí ángel. Locura furiosa. Y fue a causa de mi enorme silencio interno, de mi éxtasis, de mi volar mientras hacía paquetes en la sección Expedición. Y el sábado vino una voz que me dijo: Tú nunca morirás...

Una sola cosa sé: llegará la tranquilidad y llegará la paz. Y algún día no me importará nada.


1961
10 de enero

Almorcé con T. Una pura, una absoluta. Discusión interminable sobre la otredad y la unidad. Yo, naturalmente, fanática de la otra que soy. Por lo que me decía deduje que estuvo hablando de mí con Z., ambos censurando mi reiterada frase: "Yo, que tanto cambié en París". Me gustaría que pudieran sentir, un solo día, lo que yo toda mi vida: morir de incoherencia, de deseos irreconciliables, asistir maniatados y amordazados al calidoscopio infame que forman las más horribles escenas de infancia sucedidas en una ruptura total con lo inteligible y lo esperado.

Le bleu du ciel, de G. Bataille. Todo libro importante parte de las obsesiones de su autor. Así yo, si no muero muy pronto, escribiré la historia del "rostro que tengo en las entrañas dibujado". Tal vez mi vida es sólo un penoso prepararse a escribir esta historia.


El adorado yo, la infancia cercana, los sueños de gloria, la vanidad.


24 de marzo

Esta espera inenarrable, esta tensión de todo el ser, este viejo hábito de esperar a quien sé que no va a venir. De esto moriré, de espera oxidada, de polvo aguardador. Y cuando lleve un gran tiempo muerta, sé que mis huesos aún estarán erguidos, esperando: mis huesos serán a la manera de perros fieles, sumamente tristes en la cima del abandono. Y cuando recién muera, cuando inaugure mi muerte, mi ser en súbita erección restará petrificado en forma de abandonada esperadora, en forma de enamorada sin causa. Y he aquí lo que me mata, he aquí la forma de mi enfermedad, el nombre de lo que me muerde como un tigre crecido súbitamente en mi garganta, nacido de mi llamado.


1962
19 de febrero

Condenada al orgullo mental, a viajar entre los fantasmas de Kierkegaard y de Kafka, a causa de que me dijeron no cuando yo pedía, hace milenios de esto pero no lo olvido. Me habían prometido dejarme vivir y he aquí que agonizo a causa de un rostro entrevisto en Capri. Me encuentro entonces, tomando infusiones, tratando de no beber alcohol ni de fumar, cuando adentro se debate el suicidio, adentro razonan locas, adentro arrasan con todo y me abren las puertas y me dejan al viento. Nadie se asombra porque hay sólo sombras. Pero debo escribir, debo permanecer sana, lúcida y escribir... hasta que el rostro soñado venga a mí atraído como una bestia finísima por el perfume de mis ojos verdes presentido en algún lugar de mis poemas.


25 de julio

Comprender el sentido de mi espera. Imposible continuar así como si se tratara de aplacar y apiadar a "fuerzas superiores" que habitan un mundo que sería la otra orilla de éste.

No obstante, el desamor, los ojos cerrados, el deseo que se evapora frente a los rostros reales, la sabiduría apócrifa de la que se duerme en la espera. La infancia, esa ventana cerrada por la que columbraba la continuidad horrible de una sola estrella. Los deseos enunciados mediante voces llorosas. Esa noche al borde del mar: la fosforescencia de las arenas, la luna roja en lo oscuro —furiosa, obcecada—, noche en que aprendí la suprema negación del azar. Terraza blanca y roja, allí esperaba algo, alguien. ¿Para qué tanta espera? Para llegar al día de hoy, a mi voz que habla para no decir. Y ese lugar de silencio perfecto entrevisto tantas veces entre los horrores del alcohol. (Deseo muerto, compañero traidor.) Hablábamos con palabras vivas, ardientes, y he aquí las sombras de pronto, la carencia de sexo, esta sed que sólo requiere sustitutos. Se ha perdido, en un instante, el deseo auténtico, el que alentaba en tus noches temblorosas.
El yo de mi diario no es, necesariamente, la persona ávida por sincerarse que lo escribe.

Sucede esto: sufro. Son las 19.30 hs. Tengo miedo. Se ha perdido lo que nunca se tuvo.
He querido vencer esta muerte apostada en mi garganta. Y apenas aparezco todo se hace imagen lejana que está en un lugar al que accedo si me destruyo y me desmorono.
Pero el silencio es tan cierto, tan verdadero. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Alguien —tal vez muchos— tiembla a mi lado. Gente que he amado. Todas mis habitaciones fueron tugurios de espectros, sumideros de llamadas ahogadas por mi orgullo, por este temor de ser rechazada por gente sin realidad, que no debiera importarme, dada su naturaleza invisible.
Debe de ser idiota esta creencia mía de que al escribir veré una señal, algo con que seguir. Nostalgia pura, en estado de pureza apremiante. El viento feroz, la cueva de harpías que me remiten a mi llamada de cada día.
(B. tendrá que venir.)
Alguien invoca, alguien evoca, alguien pide penitencias, remisiones, revisiones. Es la hora de horadarse. La hora del oráculo. Alguien pide treguas, límites. ¿A quién? Vieja historia.
Alguien que yo sé yace en el medio del saber y del no saber. Yace inmóvil. Lenguaje inútil: nunca, como hoy, sentí estos deseos superlativos de hallar la causa, la raíz, el origen, de mi sufrimiento. Pero ¿y si me dejara tranquila? Después de todo podría pasar encantadoras veladas rumiando sucesos fantasmales y recordando cosas no habidas. Todo este pedir, querer, buscar, tratar, pertenece a las abstracciones de la mierda como el dinero, la ambición y el calcular. Ahora bien: ¿qué hago yo entre estas cosas? Enmierdarme, si me permites el galicismo.

1964
Buenos Aires
6 de marzo-viernes
Busco una forma definitiva, un estilo simple y correcto de decir las cosas. Esto me enerva. Es como mi imposibilidad de encontrar una lapicera exactamente apta al movimiento de mi mano. A veces creo encontrarla pero me sirve por muy poco tiempo. El mismo problema con los cuadernos, con las hojas. Mi deseo es inhumano: busco una continuidad absoluta. Lo único continuo en mí es mi deseo de esta imposible continuidad. Ahora recuerdo que ni siquiera mi estilo oral es siempre el mismo: cambio de voz, cambio de léxico, cambio de acento (recuerdo mi periodo mexicano en París, lo que me gustaba acentuar diferentemente las palabras). Estoy anómalamente fragmentada. Por eso mis pequeños poemas. El aborto es mi emblema, mi emblema de bordes mordidos. Todo esto puede derivar muy bien de la impaciencia. Imposible amar la tarea presente, hay un perpetuo anhelo de finales rotundos, muerte y resurrección. No el aborto sino el suicidio. Sólo salva el interés sostenido, presente. Al menos es lo que se dice. Yo no tengo tiempo, algo me precipita todo el día. Cuando nada me precipita entonces nada pasa. Soy una muerta.

Domingo 21 [de junio]
He trabajado dos horas. Y ello, porque pensé que J. B. podría leer mi artículo sobre Michaux. Lo escribía pensando en él. Dicha de escribir o de trabajar en cualquier cosa: el silencio interno que se produce. Pero no escribo poemas, he perdido el hilo, no sé dónde estoy poéticamente. Absurdo. Lo que yo deseo es escribir en prosa. Respeto por la prosa, excesivo respeto por la prosa.

Curioso: sé "interrogar" en poesía. No lo sé en prosa. Quiero decir: sé estudiar un poema-breve, naturalmente. Cuando se trata de prosa entro en la confusión. Pero podría empezar con cuentos muy breves. No, yo quiero un refugio.
El refugio es una obra en forma de morada. ¿Acaso no lo es este —digamos— "diario"?
Leí un poco de Garcilaso y un cuento de Julio C. Mi ideal literario data de la época de Gide. Esto es risible pero no menos cierto. Me obligo a leer en español. Siempre la Forma, mi imposible.
Y todo para llegar a mi aspiración actual: cumplir con mi deber. El deber podría aminorar mis enormes sentimientos de culpa. Pero yo empecé siendo maldita...

1966
1/V
Deseo hondo, inenarrable (!) de escribir en prosa un pequeño libro. Hablo de una prosa sumamente bella, de un libro muy bien escrito. Quisiera que mi miseria fuera traducida a la mayor belleza posible. Es extraño: en español no existe nadie que me pueda servir de modelo. El mismo Octavio es demasiado inflexible, demasiado acerado, o, simplemente, demasiado viril. En cuanto a Julio, no comparto su desenfado en los escritos en que emplea el lenguaje oral. Borges me gusta pero no deseo ser uno de los tantos epígonos de él. Rulfo me encanta, por momentos, pero su ritmo es único, y además es sumamente musical. Yo no deseo escribir un libro argentino sino un pequeño librito parecido a Aurelia, de Nerval. ¿Quién, en español, ha logrado la finísima simplicidad de Nerval? Tal vez me haría bien traducirlo para mí. Y no obstante, como siempre, está la tentación de estudiar gramática, y la sensación de que no sirve para nada estudiarla.

1967
24/IX/67
Olvidar la "idea" del libro. Cada poema está solo. Hay pocos poemas solosque sean válidos o que sienta yo con ellos el antiguo mínimo grado de perfección.

25/IX/67
Además de cada poema, cada verso es en su ser. Digo que todo es en sí, a solas, aislado y fragmentado. Dura faena la de unir los fragmentos. Eso se llama curar el poema como una herida.

1968
5/VII
El éxito de mi artículo sobre S.O. se debe a que no soy un crítico sino alguien que para escribir necesita un tema único y un director de revista que lo apremie. Todo esto se relaciona con mi falta de eje o mi sensación de tener, o no tener, la columna vertebral, muy poca columna en mi caso.
El problema es el siguiente: ¿cómo descubrir, en mis composiciones sueltas, un eje o algo a modo de columna vertebral? Hasta ahora fue el método de las composiciones sueltas. Ahora quisiera algo mucho más extenso, como La condesa. Había elegido N.N. pero me duele esconderme detrás de un libro para decir lo que yo quiero. Al menos, claro está, que desarrolle las principales escenas: la del concierto disonante // la de N.N detrás de su padre // la del perro, etc., que las transforme adaptándolas para mí. Ej.: N.N. detrás de su padre sería el temido puente de Avellaneda. Pero ¿cómo incorporar C. Jaune? Es tan poco, c'est si mièvre, tan indigno de alguien que tocó fondo. ¿Y qué se toca cuando se toca fondo? Se toca fondo, eso es lo malo de la extremada intensidad, de la profundidad.


viernes, 27 de abril de 2018

Mujeres_al_Lente - Holly Andres

Holly Andres 
Fotógrafa Estadounidense, se dedica a la  fotografía de artística y comercial, conocida por sus estilizados escenarios cinemáticos a menudo inspirados por sus propias experiencias de la infancia. 
Su trabajo ha aparecido en galerías y museos de Barcelona, ​​Estambul y Bogotá, a Nueva York, San Francisco y Atlanta, con espectadores atraídos por sus fotografías a menudo oscuras y misteriosas o brillantes e ingeniosas.
Holly regularmente fotografía trabajos editoriales para muchas publicaciones prestigiosas como The New York Times Magazine, TIME, su trabajo le ha valido numerosas becas y premios.







Más de su obra: https://www.hollyandres.com/j05lngx8yyzowjt3tb4unb0ahx03j9 

miércoles, 25 de abril de 2018

Angélica Gorodischer / cuentos

Angélica Gorodischer es una escritora argentina considerada una de las tres voces femeninas más importantes dentro de la ciencia ficción en Iberoamérica, junto con la española Elia Barceló y la cubana Daína ChavianoHa publicado muchas novelas y cuentos, de diversos temas. Recibió varios premios y ha sido traducida a varios idiomas. 



¡AYYY!

Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta. Era su marido. 
 -¡Ayyyy!- gritó ella- ¡pero si vos estás muerto!  
Él sonrió, entró y cerró la puerta. Se la llevó al dormitorio mientras ella seguía gritando, la puso en la cama, el sacó la ropa e hicieron el amor. Una vez. Dos veces. Tres. Una semana entera, mañana, tarde y noche haciendo el amor divina, maravillosa, estupendamente. 
 Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta. Era la vecina. 
 -¡Ayyyy!- gritó la vecina-, ¡pero si vos estás muerta!- y se desmayó. 
Ella se dio cuenta de que hacía una semana que no se levantaba de la cama  para nada, ni para comer ni para ir al baño. Se dio vuelta y ahí estaba su marido, en la puerta del dormitorio: 
 -¿Vamos yendo, querida?- dijo y sonreía. 

                                                                      ***
Absit
Las cosas sucedieron más o menos así. Ese tipo venía caminando por la vereda del barrio. Era sábado temprano a la tarde y el sol le daba en la espalda. Se paró frente a la verja pintada de verde. Ay no, pensó, ay, no, por favor no otra vez no, ¿cuántos años tendrá? siete, ocho cuanto más, ay, no, no quiero.
La reja cerraba un jardín pequeño con algo de césped no muy bien cuidado, una planta de azalea, un jazmín del cabo y casi nada más, si no se consideran los restos de algunas alegrías del hogar y malvones, y la chiquita jugaba con un animalito de paño que tenía mucho pelo, nada de cola y mucho bigote. Le hablaba.
El tipo le habló a ella.




-Hola -le dijo.
Ella no le contestó.
-Hola -insistió él-, ¿cómo te llamás?
-Mi mamá me dijo que no hable con extraños.
-Por eso te pregunto cómo te llamás, para que no seamos extraños. Vos me decís cómo te llamás, yo te digo cómo me llamo.
Seis años, pensó. Nada más que seis, ay, cómo puedo hacer, seis años no más, a esa edad son suaves, blandas, ay, no.
-No te digo nada.
-Bueno, no me digas nada. ¿Tu mamá está?
-No, se fue al súper.
-Entonces estás con tu papá.
Que me diga que sí, que está con el papá y me voy, me voy.
-No.
-O con la muchacha.
-¿Qué?
-La muchacha que trabaja en tu casa.
-No tenemos muchacha.
-¿Y con quién estás? ¿Con tu abuelita, con tu tía?
No sólo blandas, no sólo suaves, chiquitas, tienen todo tan chiquito.
-No.
-¿Estás solita?
-Y, sí.
-Mirá, tengo un caramelo. Te lo doy para consolarte porque estás solita, ¿querés? Es de frutilla.
-Bueno.
-También tengo una muñeca. Es muy linda, con carita de porcelana y tiene zapatitos y una cofia.
-A verla.
-Acá, la tengo en el bolsillo del saco, ¿querés verla?
Eso que tienen entre las piernas es tan pero tan chiquito que da trabajo, no se puede, de primera intención no se puede y lloran y es peor.
-Sí.
-Bueno, abrime la reja y te la muestro.
-Está abierta, no tiene llave, para no dejarme encerrada.
-Ah, qué bien.
El tipo empujó la reja y entró en el jardín. Todavía iba pensando no, no, ojalá que no, pero sabía que sí. Casi sentía la piel de la nena bajo sus dedos: seda, raso, dulce, tibia, no quiero, se decía, no quiero que me pase otra vez pero ya estaba solo, solo en un mundo en el que no había nada más que el jardín y se preguntaba adónde podré llevarla.
-A ver la muñeca.
-Vení, ahora te la muestro, dame la mano y nos escondemos detrás de la planta así no nos ve nadie porque si te ve una vecina te va a tener envidia.
-Entonces vamos atrás.
-¿Atrás?
Cuidado, se dijo. No conocés el lugar, tené cuidado, no te vaya a pasar como con la hermanita de la Lucy.
-En el terreno de atrás van a hacer un edificio pero como hoy es sábado no hay nadie.
-¿Tenemos que entrar en la casa?
-Pero no, por acá, por el costado, vení y me mostrás la muñeca.
-Ah, hay árboles y todo.
-Los van a sacar. Mi mamá dice que son unos brutos.
-Tu mamá tiene razón. Siempre tiene razón, ¿no es cierto?
La mamá. ¿Por qué no viene la mamá? No, ahora no, que no venga.
-No sé. Dice que no tengo que agarrar caramelos si alguien me da. Y que todos los hombres son malos. Unos cerdos, dice.
-Bueno, no es para tanto. Hay gente mala y hay gente buena. ¿Acaso tu papá no es bueno?
-Mi papá no vive con nosotras. Mostrame la muñeca. ¿Tiene un vestido azul?
-¿Eh? Sí, azul. La verdad es que la dejé en casa pero
-Vos también sos malo. Me dijiste que tenías la muñeca en el bolsillo y no la tenés.
-Pero no, vas a ver qué bueno soy, vení, vamos atrás de ese árbol y te muestro algo más lindo que la muñeca.
-Bueno, cuidado, ahí hay un pozo. Dicen que fue de un jibe.
-Aljibe.
-Eso. Un jibe, y que es hondo hondo. Lo van a tapar con cemento y tierra y piedras, dijo don Leyes.
-¿Don Leyes?
-El capataz. Y que hay agua abajo. Y sapos. Y mi mamá dijo que ojalá lo tapen pronto porque debe haber ratas y jurciégalos.
-Murciélagos. Vení, vamos para allá.
-Cuidado, ahí está el pozo, ¿ves?
-Hmmmm. Sí. Tan hondo no parece.
-Sí que es hondo, hondo hasta el otro lado del mundo.
-Bueno, nena, bueno, vení, vamos.
-Mirá, mirá qué hondo.
-Sí, sí, está bien, ya veo, es muuuuy hondo.
El tipo se inclinó, miró hacia abajo, hacia lo hondo del pozo. El corazón del tipo galopaba allá en el fondo del pozo que era su cuerpo. La nena lo empujó: apoyó las dos manitos contra la cintura del tipo y empujó con todas sus fuerzas. El tipo cayó gritando y la nena se arrodilló en el borde del pozo y miró para abajo.
-¿Hay jurciégalos? -preguntó.
-¡Mocosa de mierda, sacame de aquí!
No, cómo lo iba a sacar de ahí. El tipo se dio cuenta de que la nena no iba a poder sacarlo de ahí. Miró para arriba: la cara de la nena se recortaba claramente muy claramente por sobre el borde, contra el cielo azul de la tarde de un sábado, un sábado solitario, sin nadie. Nadie salvo una nena chiquita, suave, blandita. Miró para arriba: seis metros fácil fácil, mucho más alto que el techo de una habitación, cómo iba a poder salir de ahí.
-¡Andá a buscar a alguien, andá, vamos!
La nena no se movió.
-Andá, escuchame nenita, andá a buscar a alguien, la vecina o el kiosquero de enfrente.
-Enfrente no hay un kiosco, en la otra cuadra hay un kiosco.
-Andá, andá nenita, andá y decile al kiosquero que hubo un accidente, que venga, que traiga una soga, no, una escalera, no, mejor una soga, andá.
-Bueno -dijo la nena-, pero ¿hay jurciégalos abajo?
-No, no hay. Andá, querida, andá a buscar al kiosquero, decile que una soga, que traiga una soga que hubo un accidente.
La cara de la nena desapareció y el tipo se quedó de veras solo: ni murciélagos había.
Se miró las manos, miró a su alrededor. Oscuro, estaba muy oscuro. Se dio cuenta de que estaba parado en el barro, un barro flojo aguachento y que los zapatos se le habían empapado y el agua le entraba y le enfriaba los pies, mocosa de mierda ojalá vuelva pronto, el kiosquero, ¿le dirá al kiosquero lo de la soga? ¿y yo qué le digo al kiosquero cuando venga? Un accidente. ¿Cómo me caí, cómo estaba yo acá? Le digo que entré por la otra calle, a mear porque me estaba haciendo encima y vi que acá no había nadie y entré y pisé el borde y me caí, eso le digo y espero que la mocosa hija de puta no cuente nada ni hable del caramelo ni de la muñeca, ay que se apure, qué está esperando, pendeja de mierda.
Miraba para arriba y hacía mal: se le cerró la garganta porque había pensado en esas paredes desnudas de piedra que podían caerle encima y sepultarlo vivo por qué no si eso era como un, un sótano, una celda, una tumba, la nena, esa nena maldita que se apure, no, vea oficial, lo que pasó fue que me estaba meando encima y vi que en el terreno no había nadie pero primero necesito una soga, alguien, alguien que tenga fuerza y que tire de la soga.
Pasaron dos horas y empezó a oscurecer allá afuera, allá arriba. Mientras tanto el tipo pasó las manos por sobre las paredes del pozo y descubrió que estaban hechas de piedra. Piedras irregulares, ásperas, que se le venían encima, pero que no ofrecían agujeros en los que poner los pies o sostenerse para tratar de subir. La nena, la mocosa de porquería que lo había empujado, adónde estaría la muy tarada imbécil que no había ido a buscar al kiosquero. Se estaba haciendo de noche.
Gritar, se le ocurrió. Voy a gritar, alguien me va a oír. Gritó y gritó, gritó socorro y auxilio y gritó cosas y llamó a la nena y nadie lo oyó. Era sábado, era una tarde de sábado. No, no puede ser, no pueden dejarme aquí hasta mañana, mañana que es domingo tampoco va a haber nadie, esa mocosa tiene que venir, tiene que decirle a alguien lo que hizo, si le cuenta a la madre por ejemplo, la madre seguro que va a venir a ver, pero ¿y si no le cree?, dejate de inventar pavadas m'hijita, ¿y si no le cree y comen y se van a acostar y yo aquí?
-¡Señoooooraaaaaa! -gritó.
-¡Señoora, auxiliooooo, aquíiiii, venga!
Y el cielo de noche era negro como el tipo nunca lo había visto, negro y lleno de estrellas, muchas, tantas, tantas estrellas, ay Dios mío que venga alguien, que esa mujer le crea a la nena, por favor Dios yo nunca nunca jamás voy a agarrar a otra nena nunca jamás ya no voy a lastimar a ninguna nena te prometo cuando tenga ganas voy con putas pero nenas no no puedo estar aquí en este pozo hasta el lunes cuando vengan los albañiles no, pero no, me voy a morir morirse no es nada pero no aquí de este modo no, por favor Dios oíme hacé que venga alguien.
Y siguió gritando. Gritó durante mucho tiempo hasta que la garganta se le secó y empezó a tragar saliva para tratar de que se le humedeciera de nuevo para poder seguir gritando. Pero ya no podía y el cielo seguía siendo negro con muchas estrellas asiento de Dios le habían dicho pero Dios no, Dios tampoco lo oía. Estaba empapado, empapado de agua y barro y sudor y le dolía todo el cuerpo todo. Le dolía el vientre. Necesitaba ir al baño, un baño ¡un baño, qué disparate! Se rio a carcajadas. ¡Un baño! Estaba metido en un pozo seis metros de hondo y quería un baño bajarse los pantalones y echar afuera todo lo que tenía en las tripas créame oficial yo lo único que quería era cagar y vi que no había nadie en el terreno. Tuvo un retorcijón y una arcada. Algo dentro de él se movía y trataba de salir. El asco, el miedo, eso, el agua barrosa, las paredes del pozo.
-¡Señooooraaaa! -y él sabía que ella no lo iba a oír.
Ni ella ni nadie. Ni la nena.
La nena apareció en el borde del pozo allá arriba.
-Al fin volviste -dijo el tipo-. ¿Le dijiste al kiosquero que trajera una soga?
La nena no se movió, no habló, no hizo nada contra el cielo negro negro lleno de estrellas. Cambió, eso sí, cambiaba. Las estrellas venían como cucharada de sopa venían y se derramaban sopa de estrellas sobre la cabecita redonda asomada al borde del pozo. Blanca era de pronto, o plateada, eso, y llena de luz como el cielo. Ah los ángeles, eran los ángeles, él sabía que Dios lo iba a oír, que venían a rescatarlo.
-¡No importa! -gritó-. ¡No hace falta una soga! ¡Ya vienen! -gritó-. ¡Sáquenme de aquí! ¡Señoooooraaaa, señooooraaaaaaa!
Sollozó. Sintió algo doloroso y caliente en los fondillos de los pantalones y se puso a llorar. Lloraba y gritaba. Lo peor no era sentir que se moría, lo peor era tener esperanzas de no morirse. No saber qué ni cómo hacer para no morirse.
-Señora -dijo, ya no gritaba-, señora venga y sáqueme de aquí, yo no le voy a hacer nada a su nena, nada, pero sáqueme de aquí dígale a Dios que venga que me mande a sus ángeles para que me levanten no hay murciélagos que no tengan miedo no hay, señora, venga.
Después hubo silencio y el domingo fue como todos los domingos. La nena y su mamá fueron a lo de la abuela Emilia y volvieron tardísimo pero la mamá no se preocupó porque el lunes era feriado y la nena no tenía que ir al jardín, de modo que durmieron hasta bastante tarde. Hizo frío, eso sí, un frío inesperado para esa época del año y llovió un poco hacia la tarde.
-Señora -dijo Don Leyes-, ¿me permite el teléfono?
Ya otras veces se lo había pedido y ella lo había hecho entrar a la cocina. Era un buen hombre Don Leyes, grandote, moreno, con una sonrisa agradable, muy bien educado. Hasta le había pedido disculpas por el ruido que a veces hacían con la excavadora o las sierras.
-Pero sí, Don Leyes, pase. ¿Quiere un café? Acabo de prepararlo.
-Gracias, señora, pero estuvimos tomando mate con el ingeniero, ¿vio?, y ahora tengo que hablar a la empresa a ver qué hacemos, hay algo en el fondo del pozo, parece que es un animal grande, un perro digo yo.
-Ay, qué trastorno.
-Sí, no se mueve, debe estar muerto pero hay que sacarlo, pensábamos empezar hoy a la tarde con el rellenado.
-Bueno, usted hable tranquilo, yo ya llevé a la nena al colegio y ahora me voy al estudio pero a mediodía vuelvo.
-Gracias, señora, y disculpe la molestia, ¿eh?
Buen hombre Don Leyes. Ojalá pudieran sacar el perro del pozo. Claro que si empieza a llover de nuevo va a ser un problema. Ese pozo siempre fue un peligro, siempre.
                                                    ***
La perfecta casada


A la memoria de María Varela Osorio

Si usted se la encuentra por la calle, cruce rápidamente a la otra vereda y apriete el paso: es una mujer peligrosa. Tiene entre cuarenta y cinco y cincuenta años, una hija casada y un hijo que trabaja en San Nicokás; el marido es chapista. Se levanta muy temprano, barre la vereda, despide al marido, limpia, lava la ropa, hace las compras, cocina. Después de almorzar mira televisión, cose o teje, plancha dos veces por semana, y a la noche se acuesta tarde. Los sábados hace limpieza general y lava los vidrios y encera los pisos. Los domingos a la mañana lava la ropa que le trae el hijo, que se llama Néstor Eduardo, amasa fideos o ravioles, y a la tarde viene a visitarla la cuñada o va ella a la casa de la hija. Hace mucho que no va al cine pero lee “Radiolandia” y las noticias de policía del diario. Tiene los ojos oscuros y las manos ásperas y empieza a encanecer. Se resfría con frecuencia y guarda un álbum de fotografías en un cajón de la cómoda junto a un vestido de crepe negro con cuello y mangas de encaje.
Su madre no le pegaba nunca. Pero a los seis años le dio una paliza un día por dibujar una puerta con tizas de colores y le hizo borrar el dibujo con un trapo mojado. Ella mientras limpiaba pensó en las puertas, en todas las puertas, y decidió que eran muy estúpidas porque siempre abrían a los mismos lugares. Y la que limpiaba era precisamente la más estúpida de todas las puertas porque daba al dormitorio de los padres. Y abrió la puerta y entonces no daba al dormitorio de los padres sino al desierto de Gobi. No le sorprendió aunque ella no sabia que era el desierto de Gobi y ni siquiera le habían enseñado todavía en la escuela dónde queda Mongolia y nunca ni ella ni su madre ni su abuela habían oído hablar de Nan Shan ni de Khangai Nuru.
Dio unos pasos del otro lado de la puerta y se agachó y rascó el suelo amarillento y vio que no había nada ni nadie y el viento caliente le alborotó el pelo asi que volvió a pasar por la puerta abierta, la cerro y siguió limpiando. Y cuando terminó la madre rezongó otro poco y le dijo que lavara el trapo y que llevara el escobillón para barrer esa arena y que se limpiara los zapatos. Ese día modificó su apresurada opinión sobre las puertas aunque no del todo, no por lo menos hasta no ver lo que pasaba.
Lo que fue pasando a lo largo de toda su vida y hasta hoy fue que de vez en cuando las puertas se comportaban en forma satisfactoria aunque en general seguían siendo estúpidas y abriéndose sobre corredores, cocinas, lavaderos, dormitorios y oficinas en el mejor de los casos. Pero dos meses después del desierto por ejemplo, la puerta que todos los días daba al baño se abrió sobre el taller de un señor de barba que tenía puestos un batón largo, zapatos puntiagudos y un gorro que le caía a un costado de la cabeza. El viejo estaba de espaldas sacando algo de un mueble alto con muchos cajoncitos detrás de una máquina de madera muy grande y muy rara con un volante y un tornillo gigante, en medio de un aire frío y un olor picante, y cuando se dio vuelta y la vio empezó a gritarle en un idioma que ella no entendía. Ella le sacó la lengua, salio por la puerta, la cerró, la volvió a abrir y entró al baño y se lavó las manos para ir a almorzar.
Otra vez, a la siesta, muchos años más tarde, abrió la puerta de su habitación y salió a un campo de batalla y se mojó las manos en la sangre de los heridos y de los muertos y arrancó del cuello de un cadáver una cruz que llevó colgando mucho tiempo bajo las blusas cerradas o los vestidos sin escote y que ahora esta guardada en una caja de lata bajo los camisones, con un broche, un par de aros y un reloj pulsera descompuesto que fueron de su suegra. Y así sin querer y por suerte estuvo en tres monasterios, en siete bibliotecas, en las montañas más altas del mundo, en ya no sabe cuántos teatros, en catedrales, en selvas, en frigoríficos, en sentinas y universidades y burdeles, en bosques y tiendas, en submarinos y hoteles y trincheras, en islas y fabricas, en palacios y en chozas y en torres y en el infierno.
No lleva la cuenta ni le importa: cualquier puerta puede llevar a cualquier parte y eso tiene el mismo valor que el espesor de la masa para los ravioles, que la muerte de su madre y que las encrucijadas de la vida que ve en televisión y lee en “Radiolandia”.
No hace mucho acompañó a la hija a lo del médico y mirando la puerta cerrada de un baño en el pasillo de la clínica se sonrió. No estaba segura porque nunca puede estar segura pero se levantó y fue al baño. Y sin embargo era un baño: por lo menos había un hombre desnudo metido en una bañadera llena de agua. Todo era muy grande, con techos muy altos y piso de mármol y colgaduras en las ventanas cerradas. El hombre parecía dormido en su bañadera blanca, corta y honda, y ella vio una navaja sobre una mesa de hierro que teíia las patas adornadas con hojas y flores de hierro y terminadas en garras de león, una navaja, un espejo, unas tenazas para rizar el pelo, toallas, una caja de talco y un cuenco con agua, y se acercó en puntas de pie, levantó la navaja, fue en puntas de pie hasta el hombre dormido en la bañadera y lo degolló. Tire la navaja al suelo y se enjuagó las manos en el agua tibia de la bañadera. Se dio vuelta cuando salía al corredor de la clínica y alcanzó a ver a una muchacha que entraba por la otra puerta de aquel baño. La hija la miró:
-Qué rápido volviste.
-El inodoro no funcionaba –contestó.
Muy pocos días después degolló a otro hombre en una tienda azul de noche. Ese hombre y una mujer dormían apenas tapados con las mantas de una cama muy grande y muy baja y el viento castigaba la tienda e inclinaba las llamas de las lámparas de aceite. Más allá habría un campamento, soldados, animales, sudor, estiércol, órdenes y armas. Pero allí adentro había una espada junto a las ropas de cuero y metal y con ella cortó la cabeza del hombre barbudo y la mujer dormida se
movió y abrió los ojos cuando ella atravesaba la puerta y volvía al patio que acababa de baldear.
Los lunes y los jueves, cuando plancha por las tardes los cuellos de las camisas, piensa en los cuellos cortados y en la sangre y espera. Si es verano sale un rato a la vereda después de guardar la ropa hasta que llega el marido. Si es invierno se sienta en la cocina y teje. Pero no siempre encuentra hombres dormidos o cadáveres con los ojos abiertos. En una mañana de lluvia, cuando tenía veinte años, estuvo en una cartel y se burló de los prisioneros encadenados; una noche cuando
los chicos eran chicos y todos dormían en la casa, vio en una plaza a una mujer despeinada que miraba un revólver sin atreverse a sacarlo de la cartera abierta, caminó hasta ella, le puso el revólver en la mano y se quedó allí hasta que un auto estacionó en la esquina, hasta que la mujer vio al hombre de gris que se bajaba y buscaba las llaves en el bolsillo, hasta que la mujer apuntó y disparó; y otra noche mientras hacia los deberes de geografía de sexto grado fue a buscar los lápices de colores a su cuarto y estuvo junto a un hombre que lloraba en un balcón. El balcón estaba tan alto, tan alto sobre la calle, que tuvo ganas de empujarlo para oír el golpe allá abajo pero se acordó del mapa orográfico de América del Sur y estuvo a punto de volverse. De todos modos, como el hombre no la había visto, lo empujó y lo vio desaparecer y salió corriendo a colorear el mapa así que no oyó el golpe pero sí el grito. Y en un escenario vacío hizo una fogata bajo los cortinados de terciopelo, y en un motín levantó la tapa de un sótano, y en una casa, sentada en el piso de un escritorio, destrozó un manuscrito de dos mil páginas, y en el claro de una selva enterró las armas de los hombres que dormían y en un río alzo las compuertas de un dique.
La hija se llama Laura Inés y el hijo tiene una novia en San Nicolás y ha prometido traerla el domingo que viene para que ella y el marido la conozcan. Tiene que acordarse de pedirle a la cuñada la receta de la torta de naranjas y el viernes dan por televisión el primer capítulo de una novela nueva. Vuelve a pasar la plancha por la delantera de la camisa y se acuerda del otro lado de las puertas siempre cuidadosamente cerradas de su casa, aquel otro lado en el que las cosas que pasan son, mucho menos abominables que las que se viven de este lado, como se comprenderá.

martes, 24 de abril de 2018

Ilustradas - Sole Otero

Sole Otero
Diseñadora textil e ilustradora Argentina, desde 2006 se desarrolla como ilustradora infantil, en el 2015 sacó su primer su primer libro "La pelusa de los días" que fue editado en España. Como historietista se desempeñó haciendo webcomics y formó parte del colectivo latinoamericano Historietas Reales y del colectivo internacional Chicks on Comics.  
Diò clases de ilustración, ilustración digital, historieta y tira diaria. Actualmente se desempaña como docente de seminarios de narrativa cromática, cuando vean su obra entenderán el manejo del color que tiene Sole y el universo  de sensaciones que transmite con ellos. 
Sus historietas publicadas son:
-Poncho Fue (La Cúpula, España, 2017 Hotel de las Ideas, Argentina, 2017)
- La de las botas rojas (Szama Ediciones, Argentina, 2016) 
- La pelusa de los días (La Cúpula, España, 2015)

(tiene mas de 6 web comics y una veintena de libros infantiles publicados!!!)

¡Que la disfruten!






Mas de su obra: http://soleotero.com/es/