viernes, 28 de abril de 2017

Apariencia: todo tiene un remedio / Clarice Lispector



Clarice Lispector 

¿Eres «moralmente» tan anticuada que consideras la vanidad femenina una frivolidad? Ya deberías saber que las mujeres quieren sentirse guapas para sentirse amadas. Y querer sentirse amada no es una frivolidad. Si piensas que «has nacido» así y que no tiene remedio, ten la seguridad de que estás desistiendo de algo muy importante: de tu propia capacidad de atraer. ¿Quieres saber algo? La obesidad tiene remedio. El pelo sin vida tiene remedio. Una cara sin gracia tiene remedio. Todo tiene remedio. ¿La solución? La solución es no ser una mujer desanimada y triste. Y la otra solución es tener como objetivo ser «tú misma», pero más atractiva, y no alcanzar un tipo de belleza que nunca podría ser el tuyo.


Aquí les compartimos un enlace con relatos reunidos de la autora
http://www.taller-palabras.com/Datos/Cuentos_Bibliotec/ebooks/Lispector%20Clarice%20-%20Relatos.pdf

martes, 25 de abril de 2017

Un Pozo Azulado / Adriana Moizo

Adriana Moizo

Un pozo
azulado,
un estanque
quieto,
y las hojas
van cayendo,
van cayendo
con el viento…
Mi cara
en el agua
veo,
mi cara
y  mi pelo,
y  parece
que mi alma
se volcara
en el pozo
negro…
Con las manos
el agua toco,
está fría y azulada,
y las hojas
que caen flotan,
como las
estrellas
en mi techo…
Ya nada
queda.


viernes, 21 de abril de 2017

Alejandra Pizarnik

“Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero”.









viernes, 14 de abril de 2017

El vestido de terciopelo / Silvina Ocampo



Silvina Ocampo
Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardín, de la calle Ayacucho. ¡Qué risa!
Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no quería salir, pues mi vestido estaba sucio y pensaba dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita. Tocamos el timbre, nos abrieron la puerta y entramos. Casilda y yo, en la casa, con el paquete. Casilda es modista. Vivimos en Burzaco y nuestros viajes a la capital la enferman, sobre todo cuando tenemos que ir al barrio norte, que queda tan a trasmano. De inmediato Casilda pidió un vaso de agua a la sirvienta para tomar la aspirina que llevaba en el monedero. La aspirina cayó al suelo con vaso y monedero. ¡Qué risa!
Subimos una escalera alfombrada (olía a naftalina), precedidas por la sirvienta, que nos hizo pasar al dormitorio de la señora Cornelia Catalpina, cuyo nombre fue un martirio para mi memoria. El dormitorio era todo rojo, con cortinajes blancos y había espejos con marcos dorados. Durante un siglo esperamos que la señora llegara del cuarto contiguo, donde la oíamos hacer gárgaras y discutir con voces diferentes. Entró su perfume y después de unos instantes, ella con otro perfume. Quejándose, nos saludó:
–¡Qué suerte tienen ustedes de vivir en las afueras de Buenos Aires! Allí no hay hollín, por lo menos. Habrá perros rabiosos y quema de basuras... Miren la colcha de mi cama. ¿Ustedes creen que es gris? No. Es blanca. Un campo de nieve –me tomó del mentón y agregó–: No te preocupan estas cosas. ¡Qué edad feliz! Ocho años tienes, ¿verdad? –y dirigiéndose a Casilda, agregó–: ¿Por qué no le coloca una piedra sobre la cabeza para que no crezca? De la edad de nuestros hijos depende nuestra juventud.
Todo el mundo creía que mi amiga Casilda era mi mamá. ¡Qué risa!
–Señora, ¿quiere probarse? –dijo Casilda, abriendo el paquete que estaba prendido con alfileres. Me ordenó: –Alcanza de mi cartera los alfileres.
–¡Probarse! ¡Es mi tortura! ¡Si alguien se probara los vestidos por mí, qué feliz sería! Me cansa tanto.
La señora se desvistió y Casilda trató de ponerle el vestido de terciopelo.
–¿Para cuándo el viaje, señora? –le dijo para distraerla.
La señora no podía contestar. El vestido no pasaba por sus hombros: algo lo detenía en el cuello. ¡Qué risa!
–El terciopelo se pega mucho, señora, y hoy hace calor. Pongámosle un poquito de talco.
–Sáquemelo, que me asfixio –exclamó la señora.
Casilda le quitó el vestido y la señora se sentó sobre el sillón, a punto de desvanecerse.
–¿Para cuándo será el viaje, señora? –volvió a preguntar Casilda para distraerla.
–Me iré en cualquier momento. Hoy día, con los aviones, uno se va cuando quiere. El vestido tendrá que estar listo. Pensar que allí hay nieve. Todo es blanco, limpio y brillante.
–Se va a París, ¿no?
–Iré también a Italia.
–¿Vuelve a probarse el vestido, señora? En seguida terminamos.
La señora asintió dando un suspiro.
–Levante los dos brazos para que pasemos primero las dos mangas –dijo Casilda, tomando el vestido y poniéndoselo de nuevo.
Durante algunos segundos Casilda trató inútilmente de bajar la falda, para que resbalara sobre las caderas de la señora. Yo la ayudaba lo mejor que podía. Finalmente consiguió ponerle el vestido. Durante unos instantes la señora descansó extenuada, sobre el sillón; luego se puso de pie para mirarse en el espejo. ¡El vestido era precioso y complicado! Un dragón bordado de lentejuelas negras brillaba sobre el lado izquierdo de la bata. Casilda se arrodilló, mirándola en el espejo, y le redondeó el ruedo de la falda. Luego se puso de pie y comenzó a colocar alfileres en los dobleces de la bata, en el cuello, en las mangas. Yo tocaba el terciopelo: era áspero cuando pasaba la mano para un lado y suave cuando la pasaba para el otro. El contacto de la felpa hacía rechinar mis dientes. Los alfileres caían sobre el piso de madera y yo los recogía religiosamente uno por uno. ¡Qué risa!
–¡Qué vestido! Creo que no hay otro modelo tan precioso en todo Buenos Aires –dijo Casilda, dejando caer un alfiler que tenía entre sus dientes–-. ¿No le agrada, señora?
–Muchísimo. El terciopelo es el género que más me gusta. Los géneros son como las flores: uno tiene sus preferencias. Yo comparo el terciopelo a los nardos.
–¿Le gusta el nardo? Es tan triste –protestó Casilda.
–El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me hace daño. Cuando aspiro su olor me descompongo. El terciopelo hace rechinar mis dientes, me eriza, como me erizaban los guantes de hilo en la infancia y, sin embargo, para mí no hay en el mundo otro género comparable. Sentir su suavidad en mi mano me atrae aunque a veces me repugne. ¡Qué mujer está mejor vestida que aquella que se viste de terciopelo negro! Ni un cuello de puntilla le hace falta, ni un collar de perlas; todo estaría de más. El terciopelo se basta a sí mismo. Es suntuoso y es sobrio.
Cuando terminó de hablar, la señora respiraba con dificultad. El dragón también. Casilda tomó un diario que estaba sobre una mesa y la abanicó, pero la señora la detuvo, pidiéndole que no le echara aire, porque el aire le hacía mal. ¡Qué risa!
En la calle oí gritos de los vendedores ambulantes. ¿Qué vendían? ¿Frutas, helados, tal vez? El silbato del afilador y el tilín del barquillero recorrían también la calle. No corrí a la ventana, para curiosear, como otras veces. No me cansaba de contemplar las pruebas de este vestido con un dragón de lentejuelas. La señora volvió a ponerse de pie y se detuvo de nuevo frente al espejo tambaleando. El dragón de lentejuelas también tambaleó. El vestido ya no tenía casi ningún defecto, sólo un imperceptible frunce debajo de los dos brazos. Casilda volvió a tomar los alfileres para colocarlos peligrosamente en aquellas arrugas de género sobrenatural, que sobraban.
–Cuando seas grande –me dijo la señora– te gustará llevar un vestido de terciopelo, ¿no es cierto?
–Sí –respondí, y sentí que el terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas. ¡Qué risa!
–Ahora me quitaré el vestido –dijo la señora.
Casilda la ayudó a quitárselo tomándolo del ruedo de la falda con las dos manos. Forcejeó inútilmente durante algunos segundos, hasta que volvió a acomodarle el vestido.
–Tendré que dormir con él –dijo la señora, frente al espejo, mirando su rostro pálido y el dragón que temblaba sobre los latidos de su corazón–. Es maravilloso el terciopelo, pero pesa –llevó la mano a la frente–. Es una cárcel. ¿Cómo salir? Deberían hacerse vestidos de telas inmateriales como el aire, la luz o el agua.
–Yo le aconsejé la seda natural –protestó Casilda.
La señora cayó al suelo y el dragón se retorció. Casilda se inclinó sobre su cuerpo hasta que el dragón quedó inmóvil. Acaricié de nuevo el terciopelo que parecía un animal. Casilda dijo melancólicamente:
–Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer este vestido! ¡Me costó tanto, tanto!
–¡Qué risa!

viernes, 7 de abril de 2017

En la peluquería / Hebe Uhart



Hebe Uhart
La peluquería me parece un lugar tan separado del mundo exterior, tan distante como el cine, por ejemplo. Tan distante que cuando estoy aburrida dentro de ella pienso en el bar que está en la esquina al que voy siempre, y con el pelo lleno de esa brea que ponen para teñir, pienso: “Quiero ir ahora mismo a tomar un café, con la bata negra puesta y los pelos untados”. Por suerte para mi reputación imagino después al café tan lejano e imposible como un viaje a Chascomús. Con el pelo teñido me miro al espejo, no es como el de mi casa, en casa me veo mejor. En el espejo de la peluquería veo todas mis imperfecciones: ojos cansados que me dan una expresión de atontada; llevé un pulóver viejo para que no se manchara y con la luz de ese espejo veo que está realmente viejo; no lo veo como en casa. Ya que parezco tan mal, debo  ser simpática para compensar, debo demostrar que soy una persona razonable, sensata, y de ningún modo decir lo que pienso: “quiero ir al bar de la esquina, al cajero, a comprar peras”. Entonces charlo con el peluquero (dice que se llama Gustavo). Y le pregunto si trabaja muchas horas, cuándo viene menos gente y si atienden chicos. Yo me sé todas las respuestas y si no las supiera me importan un pito. La conversación con el peluquero me hace pensar en todo el esfuerzo y el tiempo que gastamos en hablar pavadas y el pensamiento de ese esfuerzo me trae  cansancio y resentimiento; pienso que si yo estuviera más linda, él me atendería mejor. Si yo fuera linda podría ser exigente y aguantaría que  me pusieran matizador, yo quisiera ser como una de esas mujeres que vuelven locos a los peluqueros diciendo: “Más arriba, más corto, no, del otro lado, no, más hacia el centro”. Pero aunque fuera linda, lamentablemente no tendría paciencia para todas esas exigencias; yo soy más bien como un taximetrero con el que hablamos de dientes y dentistas una vez y me dijo que él pidió a su dentista:
–Mire, yo no tengo tiempo para sacarme los dientes de a uno, sáqueme todos juntos.
Eran seis.
Con la cabeza llena de tintura (la cabeza se enfría) me voy a hacer los pies y ahí me siento mejor. Me atiende en un cubículo oculto porque la  cabeza se muestra en público, los pies, no. Las pedicuras son dos, Violeta y María. (A los peluqueros siempre los cambian.) Violeta es ucraniana y quiero saber cosas de su país, pero nunca la saco de (“Oh, un poco diferente, pero todo como acá”. Yo no sé si encierra algún misterio o no le importa nada de nada, porque es muy bonita y nadie se percata de ello, anda como una sombra, se desliza como si no tuviera cuerpo; no, no le importa tampoco ser bonita. Por eso cuando está María, la correntina, prefiero ir con ella; inmediatamente se acuerda de todos los animales   que tenía su papá en el campo en Corrientes, el tatú, la yegüita alimentada a biberón y el pájaro carpintero. Y ese cubículo blanco y frío, mezquino, se llena inmediatamente de animalitos del campo y del bosque. Ya no quiero ir al bar de la esquina, ni me acuerdo del cajero y de   las peras: quiero ir a Corrientes para ver al pájaro carpintero. Me va entrando cierto bienestar porque el emplasto de la cabeza se va secando  mientras me hacen otra cosa. No aguantaría un tiempo muerto sin hacer nada ni que me hagan nada, porque me parece que el mundo está en  acción, como cuando hiervo verduras y controlo al mismo tiempo un partido de futbol o tenés por TV cuando juega Argentina, hago todo junto. 

Así, en mi epitafio van a poner, como le pusieron a una mujer romana: “Fecit lenam” (tejió, era trabajadora).

Me llama entonces la chica que lava la cabeza. A ellas también las cambian pero por motivos distintos a los de los peluqueros: ellos se van dando un portazo o son transferidos a otra peluquería; cuando las chicas que lavan la cabeza se dan cuenta de que no las van a tomar como peluqueras (salvo alguna muy  despierta que haga carrera) se quedan en su casa para mirar la novela de la tarde. Hay varias clases sociales en esa peluquería. Al sector más alto corresponde el que cobra, sentado en una silla alta y movible, todas deben ir con sus papeles y entregarlos a él. Los pedicuros son como un sector paralelo, poco clasificable porque no interactúan tanto como los peluqueros entre sí. Además estos se mueven en un lugar central, con espejos, donde hay pósters con mujeres hermosas de pelo luminoso. No hay fotos de extremidades, se ve que las extremidades son como apéndices. La chica barrendera que recoge pelo del suelo corresponde al sector inferior; ella no hace café a los clientes ni les acomoda las capas; va con su pelo así nomás, con una colita hecha de cualquier forma. Cuando la chica me lava el pelo estoy contenta, ya estoy cerca del café de la esquina. Ella me frota con unas uñas muy largas, que si las empleara a full, me sangraría la cabeza, pero dosifica la agresión del mismo modo que los gatos.
La que se empleaba a fondo era la pedicura Natasha; era la otra cara de violeta; en ese cubículo blanco parecía un tractor en acción. Maniobraba una máquina que pasaban por la planta de los pies como si estuviera arando en una superficie grande un campo  de trigo, por ejemplo. Estaba hecha para una empresa heroica, para conducir un tanque por la estepa, no para pequeñas reparaciones de pies y manos. No aguantó las quejas de las clientas (decían que les dolía todo) y se volvió a Ucrania. Y con el pelo lavado me voy a buscar al  peluquero. ¿Era Gerardo o Gustavo? Me olvido de que debo mostrarme como una señora sensata y bien comportada y le pido:
–Corte todo para arriba y para atrás; pero arriba quiero que sea como un nido de caranchos.
No pregunta en qué consiste ese peinado, no sé si conoce a sus caranchos y a su nido (yo tampoco), me mira con esa mirada acostrumbrada a cualquier cosa y corta.
Yo salgo contenta.

jueves, 6 de abril de 2017

2º mes mirando películas de directoras

Mi amiga del parque - Ana Katz - Argentina-Uruguay /2015 - Drama


Sinopsis: Es la historia de Liz, una madre primeriza perdida y sola que visita todos los días el parque, conoce un grupo de madres y se hace amiga de Rosa. Las nuevas amigas comparten aventuras pero lo que prometía ser liberador se vuelve peligroso.


Comentarios: Es un película de ritmo lento cargada de suspenso que muestra diferentes experiencias vinculadas a la maternidad, diferentes problemáticas, modos de entenderla y vivenciarla. Reflexiona sobre  nuevas formas de crianza,  nuevas formas de familia, roles de género, necesidades, soledades, deseos. Ana Katz no sólo dirige sino que también actúa.





After the wedding - Susanne Bier - Dinamarca/2006 - Drama


Sinopsis: Jacob dedica su vida a ayudar a niños pobres de la India. Cuando el orfanato que dirige está a punto de cerrar recibe una oferta de un hombre de negocios que lo obliga a viajar a Dinamarca. Jorgen le ofrece una suma millonaria y lo invita a la boda de su hija. La ceremonia se convierte en la unión crítica entre el pasado y el futuro, enfrentando a Jacob al dilema más intenso de su vida.


Comentarios: Una gran historia que retrata al mismo tiempo un drama personal y un drama social. Interesante contrapunto entre riqueza y pobreza. Toca temas como prostitución y mortalidad infantil, muerte, amor, dinero, familia y adopción. Buenas actuaciones y tomas interesantes.





Take this waltz - Sarah Polley - Canadá-España-Japón/2011 - Comedia dramática


Sinopsis: Margot es una joven casada que  viaja por trabajo,  conoce en el museo a Daniel, vuelve a encontrarlo en el viaje de regreso, en el taxi que comparten se entera que son vecinos. Este encuentro trastocará su vida. La irrefrenablemente atracción que siente hacia Daniel  y el sentimiento de culpa por el deseo reprimido ponen en duda y remarcan las inseguridades de su matrimonio.


Comentarios: Delicada y divertida lleva como título una canción de Leonard Cohen. Muestra como Margot se busca a sí misma cuando el futuro se desvanece ante sus ojos. Es una historia sobre la incertidumbre amorosa y la construcción personal.
Las preocupaciones sociales no existen.  La música es un homenaje a la cultura Canadiense.



An education - Lone Scherfig - Reino Unido/2009 - Drama


Sinopsis: Ambientada en los años 60, es la historia de Jenny, una estudiante de 16 años que planea ir a la universidad. Un día conoce a David, un hombre veinte años mayor que ella y su vida cambia radicalmente, las convicciones de Jenny se tambalean y la llevan a replantearse su vida.


Comentarios: Fue nominada a tres Oscars. Muy buena fotografía y guión y excelentes interpretaciones. Habla sobre lo personal y lo político. Me gustó pero me aburrió un poco.




The kids are all right - Lisa Cholodenko - EE.UU/2010 - Comedia dramática



Sinopsis: Nic  y Jules son una pareja de lesbianas que viven con sus dos hijos adolescentes, ambos fruto de la inseminación artificial. Cuando sus hijos deciden llamar a su padre biológico -donante de semen- para conocerlo,  se desencadenan conflictos en el seno familiar. 

Comentarios: Ganadora de dos Globo de Oro esta divertida película se sumerge de manera cálida e inteligente en temas como la homosexualidad femenina, la familia, el amor, la amistad, los sueños frustrados, la ausencia de un modelo masculino y la construcción de un prototipo de hombre sensible y comprometido. Si bien lo social está eludido del argumento, la directora suplanta la narración típica heterosexual hegemónica para ámbitos privados, reapropiándola a la causa gay y legitimando  patrones alternativos.


Herencia - Paula Hernández - Argentina/2002 - Comedia dramática



Sinopsis: Dos extranjeros se encuentran en un restaurante en el Bs. As. Olinda, es una italiana llegada a la Argentina después de la 2° guerra mundial, que compró un restaurante luego de buscar un amor al que nunca encontró. Ahora en nuestros días, llega al restaurante Peter, un joven alemán que está buscando al amor de su vida. Hambriento y sin dinero Peter busca un lugar donde dormir y comer, Olinda lo ayuda y así comienza una conmovedora amistad.

Comentarios: Es una película costumbrista que habla de problemas como la inmigración y de la necesidad de tender puentes entre las personas, de la solidaridad, los sueños, las ilusiones, las frustraciones y las nuevas oportunidades. Llena de emoción y humor toca diferentes temas sin caer en el sentimentalismo.




La niña Santa - Lucrecia Martel - Argentina-España-Italia/2004 - Drama

Sinopsis: En una ciudad de la provincia de Buenos Aires, en un congreso médico se viven diferentes historias de personas que con sus mejores intenciones de ayudar terminan perjudicando al objeto de su afecto. Amalia cuestiona sus creencias religiosas cuando un médico prestigioso al que su madre intenta seducir la roza con fines sexuales en la calle. La niña y su mejor amiga, que asisten a charlas sobre devoción religiosa, sienten que su misión es librar del pecado a este hombre mientras resquebrajan su consolidado mundo.

Comentarios: El cine de Lucrecia Martel es cine de autor que genera climas y sensaciones. Su lento modo de filmar crea un universo que muestra ámbitos cerrados de la sociedad provinciana, el mundo de los jóvenes y los cruces generacionales. La directora destaca la atmósfera sobre la anécdota y lo insinuado sobre lo explícito. Esta película fue producida por los hermanos Almodóvar. También me gustaron mucho y por eso recomiendo La ciénaga y La mujer sin cabeza.






lunes, 3 de abril de 2017

Algunas curiosidades del papel de la mujer en la historia



En la antigua Grecia las mujeres tenían los mismos derechos que los esclavos y eran tratadas al igual que ellos. En esta sociedad patriarcal era deber de ellas ocuparse de los niños y las tareas domésticas. Algo similar ocurría en la Roma imperial con las mujeres. Podemos hacer una distinción entre clases sociales: las mujeres ricas tenían “algo” más de libertades. Aunque este punto, esta diferencia  entre ricos y pobres, sea una temática tan vasta y extensa como lo es la temática de hombres-mujeres a través de la historia.
En la Edad Media la Iglesia tenía reservadas para la mujer dos imágenes que pretendía instaurar: la de Eva, que fue creada con una costilla de Adán, y la de María, que además de la virginidad, representa su abnegación como madre y esposa. La virtud más importante para la mujer es la castidad.

Una curiosidad respecto al papel de la mujer en estos tiempos es la particular historia de Enrique VIII, rey de Inglaterra en el  siglo XVI.  El rey y sus seis esposas.  Enrique tuvo una conducta bélica a lo largo de su reinado, se lo supone (por investigaciones posteriores) portador de una enfermedad congénita, lo cual le impedía dejar un descendiente varón al trono. Su búsqueda era tan desesperada que le llevó a crear su propia iglesia, la anglicana, cortando así relaciones con Roma, por no obtener el divorcio que anhelaba para contraer nuevas nupcias. Todo con el fin de concebir un sucesor; un hijo varón. Esto preservaría el statu quo de la familia Tudor.
La vida de los pobres, por supuesto, sigue otras lógicas. Pero en la corte del rey inglés las mujeres se suceden como un  medio para conseguir un fin.

En la época colonial y hasta avanzado el siglo XX el hogar fue el centro de la vida familiar, cultural y social. Por esto, la sociedad de la época tenía una estructura familiar sólida, con costumbres guiadas por un fuerte sentido católico. Las mujeres se casaban, en promedio, a los catorce años y eran educadas para el matrimonio. En la mayoría de los casos, el matrimonio de las mujeres aristocráticas era considerado una forma de alianza política y económica que buscaba perpetuar la posición social.
¿Y las mujeres pobres?... El buscar casarse con alguien de una buena posición social les haría escapar de una vida de miseria. En caso contrario serían lavanderas, empleadas en casas, prostitutas, monjas.

Si nos situamos en el período que va de fines del siglo XIX y principios del XX podemos encontrar un mundo que, desde el lado tecnológico, produjo más avances en pocas décadas que en cientos de años. Las comunicaciones, las medicinas, los nuevos vehículos. La antigua sociedad agrícola, feudal , de reyes y príncipes y emperadores va dejando lugar a un nuevo tipo de paradigma en el cual jóvenes republicas y una consolidada revolución industrial imprimen otra velocidad a los hechos.  El tiempo no es una bucólica meditación frente a una puesta de sol; el tiempo ahora es dinero. Los ingleses saben muy bien esta premisa y hacen colocar un inmenso reloj, el Big Ben. Es tiempo de producir. Las fábricas trabajan y producen. El capitalismo industrial se afianza… Por ello es absolutamente necesario que esas fábricas tengan obreros, y muchos… el fin de la esclavitud en los Estados Unidos garantizaría contingentes de raza negra que antes morían en las plantaciones de algodón. Ahora lo harían en las fábricas.
Con cierto cinismo declaro: las mujeres también pueden producir, al igual que los hombres. Miéntanles, díganles que son libres… Solo de esa manera  pueden tomar los trabajos en las fábricas que dedican sus esfuerzos de producción en una Primera Guerra Mundial que se llevara a 20 millones de hombres de forma prematura a la tumba en Europa.
En un continente asolado por la guerra millones de mujeres quedaran solas.  
Está allí la bohemia parisina de los años locos: esa década del 20 que culminará tan mal. Mediante el bombardeo incipiente de grabaciones de discos, cinematógrafos,  cualquier hija de vecino cree que puede ser posible soñar con ser Marlene Dietrich. Nueva York.  Sueños de percal, como dice el tango.  La obscena costumbre de ver como miles de pobres consumen aquel estilo de vida con el que  se divierten los ricos.
En estas épocas la mujer no estudia, no vota.
Cecilia Grierson, la primera mujer recibida de médico a fines del siglo XIX  en la Argentina es un rarísimo caso. Nunca pudo ejercer una cátedra en la facultad de medicina solo por ser mujer.
En nuestro país la mujer vota desde hace muy poco tiempo teniendo en cuenta lo extenso de los períodos históricos a los que nos referimos. El 23 de septiembre de 1947 Perón firmo el decreto  presidencial que otorgó a las mujeres el derecho al voto.
En 1977 un grupo de madres da vueltas en torno a la pirámide de la plaza de mayo para pedir por sus hijos, sus nietos. Desaparecidos a manos de eso que los militares llamaron Proceso de Reorganización Nacional. Esa “valiente” gesta de marzo de 1976 que desindustrializo y endeudo al país con la misma facilidad con la que ponía picana en los genitales de ciudadanos de un país en el que todos eran sospechosos de no sé qué historia. Algunos de ellos, valientes oficiales, se entrenaron para torturar pero no para disparar su fusil o su gomera frente a cualquier soldado inglés en dos islas argentinas. Me pregunto que hubiera dicho San Martín…
A estas mujeres  nadie les dice donde están sus hijos, sus nietos. No tienen respuestas. Son los tiempos de buscar respuestas por ellas mismas.  El estigma del macho y patriarca argentino, tan seguro sobre el peso de sus dos bolas, que le aseguran juzgar con liviandad que “son todas viejas locas”. Claro, esas “minas” dejaron su lugar natural que es la cocina o la crianza de los hijos para venir a hincharnos las pelotas con cosas que mejor dejarlas ahí. ¡Tendrían que estar todos contentos!¡ Le ganamos a Holanda 3-1 y somos campeones del mundo y salimos a festejar todos al obelisco!
Yo, como habitante de este país y como testigo de un tiempo histórico determinado, no puedo dejar de lado mis pasiones al escribir sobre ciertos aspectos.

Ahora estamos acá, y vos que estás leyendo esto… quizás habrás advertido con asombro algunas particularidades de la historia narradas más atrás, cosas que tal vez desconocías. Esto lo leerán hombres y mujeres, o lo que sea que vos te consideres (lo digo con el máximo de mis respetos). Pero si vos que lees esto y sos del género masculino, al igual que yo, que escribo esto; supongo que vos, al igual que yo, tenés  o tuviste una madre, una hermana, una tía, una abuela, una novia, una esposa, una amiga, una compañera de colegio, de trabajo, del club, etc … Hagamos el esfuerzo de pensar que ninguna de ellas pueda votar, ni hablar más de lo permitido, ni estudiar. Hacemos el ejercicio de ponerle una cara familiar para nosotros a la historia de cualquier desventurada mujer. Sea en la Inglaterra de los Tudor, en la antigua Grecia, en el siglo XIX o acá mismo…
Podemos decir que en algunos aspectos hemos avanzado. Sin embargo escuchamos muy seguido noticias de violaciones, golpizas, asesinatos y otros etcéteras en que las protagonistas son mujeres.
¿Es necesario repetir estas palabras que ya son dichas por otros? Sí, y lo será siempre.
Una última cosa… En el siglo IV antes de Cristo vivió un sofista griego llamado Protágoras. El dedujo que la Tierra era redonda porque cuando divisaba un barco adentrarse en el mar, en algún momento, desaparecía de su campo visual… él lo aseveró sin tener una instrumentación que lo respaldara en sus afirmaciones. Muchos murieron a través de los siglos por asegurar la redondez de nuestro planeta… Esta verdad tan simple y revelada a medias por Protágoras, creo que simboliza de alguna manera muchas verdades que son muy simples; tan simple como que por deducción lógica podemos decir que todos merecemos los mismos derechos, las mismas felicidades y oportunidades. Sin distinción de absolutamente nada. Ni sexo, ni países ni nada de nada. Estas verdades muchas veces son dichas hoy para ser escuchadas mañana.
Hombres y mujeres; somos todos humanos.
Al fin de cuentas Protágoras, en su simple deducción tenía razón.


Un ciudadano común.